Informaciones Psiquiátricas - Primer trimestre 2003. Número 171

Estrategias de inserción sociocultural

Ana M. González
Psicóloga. Coordinadora del Servicio de Rehabilitación Central.
Sant Joan de Déu, Serveis de Salut Mental. Sant Boi de Llobregat.

Recepción: 06-11-02 / Aceptación: 15-11-02

RESUMEN

El trabajo examina las posibilidades del Teatro como estrategia de inserción sociocultural, en base a la experiencia iniciada con un grupo de usuarios en proceso de rehabilitación. Destaca la multiplicidad de recursos y valores que puede aportar la creación escénica, abriendo vías para la consecución de su libertad, dignidad e identidad personal y social, y sugiere alternativas de desarrollo en este ámbito de intervención.

INTRODUCCIÓN

Uno de los retos en el campo de la rehabilitación es la creación de alternativas de participación social y cultural que hagan posible a los destinatarios de nuestros programas reconstruir su identidad y encontrar nuevos significados para su vida.

Nuestras intervenciones inciden mayoritariamente sobre los usuarios a fin de capacitarles para llevar una vida más autónoma desde el punto de vista funcional. Ese nivel de intervención, si bien básico y necesario, no resulta suficiente a la hora de lograr su participación activa como ciudadanos en la vida de la comunidad.

Para ello se requiere además un cambio cultural que origine nuevas maneras de ver y encararse con la enfermedad mental y con el fenómeno de la exclusión.

Al presentar este trabajo pretendo compartir con vosotros algunas experiencias y reflexiones relativas a la cuestión.

Hace tres años comenzamos en nuestro Servicio de Rehabilitación un Taller de Teatro que, llevado por la dinámica del «work in progress», se ha aproximado a los lineamientos del teatro social.

Está formado por 13 personas con trastornos mentales severos que también realizan otros programas de rehabilitación/ reinserción comunitaria.

Puesto que se trata de una experiencia novel en el ámbito de la salud mental referiré el proceso desarrollado por el grupo y señalaré los recursos que puede aportar el teatro en cuanto estrategia educativa y de inserción socio-cultural.

Su proyecto de futuro queda en interrogante, debido al carácter (¿aún?) precario de la iniciativa. No obstante, el camino recorrido hasta el momento me ha conducido a repensar la rehabilitación como un campo abierto, lleno de obstáculos pero asimismo de estimulantes alternativas.

Espero poder transmitir alguno de esos aspectos estimulantes en esta reunión de pesimistas esperanzados, o lo que es lo mismo, de rehabilitadores.

EL GRUPO DE TEATRO, UN ESPACIO EN LIBERTAD

La idea de formar un grupo de teatro surgió de tres usuarios que participaban en nuestro Taller de Expresión Corporal. Realizamos una convocatoria directa mediante carteles y aparecieron 14 interesados.

Aunque ninguno de ellos había tenido contacto previo con el mundo del teatro, intuían que la actividad podía ofrecerles un espacio de libertad, un tiempo para distenderse y disfrutar, un modo de expresión diferente que les ayudará a soportar su realidad y trascender los estrechos limites de su vida cotidiana.

El grupo se autodenominó «Oasis», «un lugar fresco en medio del desierto de nuestras vidas», según adujo el autor de la propuesta. Lugar donde hacer teatro, alentados por la ambición poética de transformar el dolor en alegría y ligereza, y sentido del humor suficiente para desdramatizar la locura.

La voluntariedad, la participación activa y el espíritu lúdico, unidos a nuestra actitud de mirar, escuchar, hacernos eco de sus deseos y expectativas, les convirtió en protagonistas del grupo, y a nosotros en gestores de esperanzas que catalizan su energía creadora.

Ellos alimentan nuestro entusiasmo y nos dan la ocasión de hacer lo que nos gusta y desplegar nuestra propia creatividad. Son los que muestran el camino.

A la manera de los Caballeros de la Mesa Redonda, hubo un pacto entre todos: pertenecer al grupo exige un voto de compromiso, valor y sacrificio. El sacrificio alude al cumplimiento de una regla: formación y trabajo, ya que sin ese requisito el Oasis fácilmente podría derivar en espejismo, en pura ilusión y apariencia.

Nos vimos envueltos entonces en una compleja mezcla de arteterapia, formación y creación teatral, educación social y terapia ocupacional, que abría múltiples vías de intervención: psicoterapéutica, rehabilitadora, de dinámica grupal, concerniente a los procesos creativos, a los aprendizajes, a los contextos sociales...

Optamos por hacer, simplemente, teatro, en la creencia de que por sí mismo contiene un valioso potencial de crecimiento personal y de transformación social.

EL TEATRO, UNA ACTIVIDAD GLOBAL

El teatro es una actividad global que pone en juego simultáneamente la totalidad del individuo y su contexto social. Debido a ello, contiene funciones complejas y polivalentes tanto a nivel subjetivo como grupal y cultural.

El actor crea y da vida a sus personajes con su presencia, y de esa manera se expresa a sí mismo, involucrando todas sus facultades cognitivas, motrices, sensoriales y afectivas.

Para interpretar, observa y expresa sentimientos y conductas de otro, se pone en el lugar de otro, y así desarrolla su capacidad de empatía. Se «descentra», en acepción piagetiana.

Explora su cuerpo y su voz, aprende a reconocer y vehiculizar sus propias emociones y evoca vivencias que le permiten meterse en aquel papel, en aquella situación, al mismo tiempo que toma distancia de ellos por efecto de la representación.

A través de este mecanismo paradójico, interpretar a otro remite a sí mismo. En el ir y venir por el trayecto que va de la ficción a la realidad aparece la posibilidad de conocerse y de recrearse.

La motivación básica que nos lleva a ser actores es obtener la estima de los demás (su mirada). Y también, porqué no, «vivir otras vidas», «viajar sin moverse de sitio», en palabras de nuestros actores-usuarios; es decir, apropiarse de lo que no es pero podría llegar a ser, enriquecer la existencia.

Representar en el escenario produce además una sensación única de estar vivo y de comunión afectiva con los demás actores y con el público, ayudados por la magia de la escena. Son vivencias altamente valoradas por todos los que hacemos teatro.

Desde otra perspectiva, podría afirmarse que en el grupo de teatro nuestros pacientes, afectados por trastornos mentales severos, canalizan su potencial de ficción instrumentándolo en forma creadora y socialmente reconocida y aceptada. Esta es, tradicionalmente, una de las funciones del arte.

Pero de tales consideraciones no se deduce que los pacientes «mejoren» mediante la representación dramática. Se trata más bien de su acceso a un orden singular de experiencia que desarrolla la sensibilidad, la percepción de sí mismo y del otro y la actitud creadora ante la vida.

En el plano social, el teatro proporciona pautas de integración porque es un acto colectivo por excelencia, es un trabajo de grupo y un acto social que se hace delante de un público.

Trabajar en equipo, unidos por una finalidad común, saber que uno tiene su lugar y su propio papel en la empresa conjunta, lleva a obtener altas cotas de responsabilidad individual y colectiva, y adquirir sentido de pertenencia y cohesión.

En base a esta cohesión el grupo Oasis (a diferencia de la mayoría de grupos de teatro aficionados!) permanece estable desde hace tres años y ha logrado integrar a usuarios socialmente aislados, tolerar algunas conductas disruptivas y practicar una considerable ayuda mutua.

Puesto que las interacciones sociales se establecen por mediación de los roles, el grupo de teatro facilita de modo natural el aprendizaje o re-aprendizaje social tanto dentro como fuera de la escena. Para subrayar este hecho baste recordar la función de la dramatización en el juego infantil o sus aplicaciones en el entrenamiento en habilidades sociales o en psicodrama terapéutico.

La interacción desde roles sanos hace posible superar la dicotomía sano-enfermo, asistente-paciente, y construir un espacio común entre profesionales asistenciales, usuarios y colaboradores voluntarios.

Pero el elemento esencial de socialización en nuestro grupo de teatro deriva de compartir experiencias que nos implican por igual como seres humanos.

Esa matriz social de relaciones persona-persona, en las que todos aprendemos, crecemos y nos transformamos, es el lugar donde pueden comenzar a diluirse las barreras de la exclusión.

EL TRABAJO ARTÍSTICO DIGNIFICA

Poco tiempo después de constituir el grupo, los usuarios propusieron representar una obra en público. Este es el elemento crucial para cualquier compañía de teatro, el que le otorga el verdadero sentido, pero en nuestro caso resultaba problemático, ya que los aspirantes a actores carecían de formación.

Pensamos que la presentación pública de nuestro trabajo sólo tendría valor rehabilitador, de recuperación de la dignidad de los usuarios, si la obra contenía suficiente dignidad artística. Porque su deseo de obtener la estima de los demás consiste en aparecer ante los ojos de la sociedad en otro papel que no sea el de enfermo mental. Quieren ser mirados como actores.

Este criterio nos colocó ante un dilema: seleccionar a los más capaces, o bien incluir a todos sin excepción. Nos reafirmamos en la idea de que nuestra labor ha de facilitar la inserción socio-cultural de los más desfavorecidos, y no de los que ya tienen recursos para hacerlo por sí mismos.

Optamos por buscar un equilibrio entre proceso y resultado, iniciando una actividad de formación teatral a la vez que abordábamos el montaje de obras accesibles a nuestro nivel artístico.

El arte es una forma de trabajo, que aplica determinadas técnicas para producir un resultado nuevo. En este sentido, podemos decir que fundamos una especie de grupo de «teatro protegido». El producto (la obra) está completamente adaptado a la capacidad de producción del grupo: técnicas teatrales alternativas y compensatorias, papeles a la medida, reconstrucción de escenas para que cada usuario tenga un papel aunque sea pequeño... siguiendo la máxima rehabilitadora de diseñar situaciones de éxito.

El proceso formativo, que se desarrolla en paralelo al montaje de las obras, aborda los contenidos habituales en cualquier escuela de teatro, aunque nuestros métodos didácticos sean heterodoxos.

Muy pronto, como parte de la formación actoral pero también como criterio de realidad, asistimos a la representación de obras del circuito comercial. La seriedad del planteamiento de nuestra actividad hizo que no se desalentaran, y reaccionaron pidiendo más formación.

Hoy, después de un proceso de tres años, algunos hacen oír su voz por primera vez, otros han modulado su rigidez corporal, consiguen memorizar un texto, controlar su ansiedad o escribir un poema y dar ideas para la escena.

Estos aprendizajes vivenciales, en grupo, trascienden la competencia técnica y van modificando a la propia persona en diferentes ámbitos de su vida, aportando un vector terapéutico y rehabilitador.

Así entendido el teatro es una educación integral. Un usuario lo define elocuentemente, al decir que es «una escuela de vida».

EL PÚBLICO, UN ESPEJO SOCIAL

La representación es esencialmente un acto comunicativo entre actores y público, en el que el espectador participa como espejo social.

Un público amigo y sensibilizado hacia la cuestión de la integración, se ha identificado con nuestro proyecto y nos brinda un apoyo inestimable: asistencia masiva de usuarios, nuevos usuarios apuntados al grupo, terapeutas acompañando a dos actores transitoriamente descompensados, colaboración de voluntarios, seguidores que fundan grupos semejantes...

Apoyo, en fin, material y moral de nuestra institución, de los profesionales sanitarios, familiares, servicios de rehabilitación, centros educativos, asociaciones culturales, ayuntamientos y medios de comunicación locales.

Sin este espejo favorable, esta mirada entusiasmada y llena de esperanza, no podríamos seguir adelante. Un reconocimiento social que devuelva al usuario su auto imagen en forma revalorizada es imprescindible para el proceso de reinserción que pretendemos.
Hacer teatro es la vía que han encontrado nuestros usuarios para buscar activamente ese reconocimiento: «Cuando ves que al público le agrada la representación, que te reconocen y valoran, te sientes útil, capaz de hacer algo diferente».

La resonancia de nuestra actividad nos ha llevado a realizar giras por teatros de diversas poblaciones, porque ellos desean ser vistos y valorados por un público «normal».

¿Qué sucede cuando un grupo como el nuestro se presenta en el escenario? El solo hecho de salir a escena en un teatro público ya es un acto de provocación. Se supone que los teatros están reservados a los artistas.

Nuestros actores ¿son verdaderos actores o son discapacitados? ¿cuáles son los sanos y cuáles los enfermos? ¿cómo es que los enfermos mentales son capaces de hacer esto? No está mal para ser un grupo de enfermos mentales (es decir: esperábamos lo peor).

Semejantes planteamientos resumen la visión reinante en la población general, para quien la percepción del handicap prevalece sobre la percepción de la identidad personal. Es justamente ahí donde el teatro puede desarrollar su carácter transformador de la sociedad: cuestionando la percepción del público sobre quiénes somos y lo que hacemos o podríamos hacer, proponiendo un cambio de valores que supere los prejuicios, la indiferencia y la intolerancia.

Para influir en el cambio de la percepción del público es importante la dignidad artística de la obra, pero los elementos que van a determinar su calidad no pueden medirse con criterios académicos. Residen en el plus de seriedad, concentración y entrega con que se realiza el espectáculo, en la frescura de los hallazgos creativos y especialmente, en el lazo afectivo que se establezca con el público.

LA IDENTIDAD, UNA CUESTIÓN DE CULTURA

En el momento actual los usuarios del grupo Oasis forman parte activa de su medio sociocultural. Se han lanzado de lleno al consumo cultural, asistiendo a espectáculos, realizando un intenso trasiego de cintas de música, haciendo salidas y proyectos de viaje. Aprenden a bailar, compran ropa de moda en los mercadillos, buscan novia y conversan sobre el mejor modo de arreglarse la barba.

Han establecido amistades entre sí y han ampliado sus relaciones sociales fuera del grupo.

Como miembros del grupo de teatro también se han convertido en productores de cultura ocupados en el mundo del espectáculo y aportando su experiencia humana y creativa en coloquios públicos. Se identifican como actores, con una verdadera interiorización del rol que manifiestan en vivencias y reflexiones similares a las de cualquier actor «normal».

En cuanto personas con trastornos mentales, han recuperado su dignidad y ganan autoestima.

La identidad personal y grupal que les aporta hacer teatro abre la puerta para un proyecto más amplio de reconstrucción de su identidad social.

En este punto aparecen dos temas «estrella» de la rehabilitación: por un lado la paradoja de la identificación grupal, suscitada por el hecho de buscar la integración socio-cultural a partir de la afirmación de la diferencia; de otro lado la cuestión de la identidad social y su contribución al sentido de identidad personal.

Creo que estas cuestiones no pueden resolverse favorablemente en el marco de la cultura tradicional, y que hemos de atender a los cambios que están ocurriendo en las formas de vida y en los valores contemporáneos, ya que afectan a los conceptos mismos de identidad personal y social.

El proceso acelerado de cambio y diferenciación de la vida social en mundos de experiencia y significación plurales, provisionales y hasta contradictorios, hace que los roles tradicionalmente de la «normalidad productiva» (trabajo asalariado y pareja reproductiva) dejen de ser una fuente segura de donde extraer la identidad.

Hoy el individuo se define menos por las expectativas y los papeles sociales que por su posición en el mercado, por sus intereses propios y por una identidad subjetiva.

En esta perspectiva, los roles deben ser vistos como medios que permiten desarrollar un número variado de pautas de personalidad. La identidad personal ha dejado de ser una «sustancia» fija e inmutable, y la personalidad recupera su sentido originario de máscara, conjunto de papeles que desempeñamos en el escenario social.

Los conceptos relativos a la cultura también están en crisis.

Nuestra cultura occidental se ha desacralizado y actualmente es difícil defender una cultura pretendidamente única y legítima. El concepto mismo de cultura queda referido no ya a un conjunto de experiencias y hechos refinados, sino a todas las experiencias que conforman la vida cotidiana.

La vida social se vuelve estética. Los artistas han dejado de ser los propietarios del arte, expropiados por el consumo de masas y la industria cultural. La barrera entre lo «culto» y lo «popular» empieza a resquebrajarse, mientras que la cultura popular evoluciona hacia formas en las que la audiencia es a la vez consumidora y participante (lo interactivo).

Y a esa subversión de todos los bienes simbólicos habría que añadir el problema de la relación entre representación y realidad que introduce la realidad virtual.

En este contexto socio-cultural emergen nuevos valores y modelos de vida.

La actitud estética favorece una ética de la tolerancia, de la libertad y del disfrute. Tolerancia entendida como respeto al otro e incluso atracción por lo diferente. Libertad individual como derecho humano fundamental. Extensión de la idea aristotélica del ocio como centro de la vida.

Adquieren mayor relevancia los valores de vida sencilla y natural, espiritualidad, creatividad, espontaneidad, en tanto se relativizan los valores del trabajo, el éxito, los logros materiales y los convencionalismos sociales.

El modelo ideal de hoy (el/la joven) es un «homo ludens» encauzado a su autorrealización y su satisfacción personal. Pero no es posible hablar ya de tendencias culturales dominantes en todas las capas de la sociedad, sino más bien de la coexistencia de una pluralidad de valores y significados en la que cada individuo puede encontrar su particular sentido de la vida.

La identidad de nuestros «rehabilitados» va más allá de su etiquetamiento, como que les permita tomar conciencia de sí mismos como individuos y como integrantes de una colectividad, reflexionar sobre las formas de vivir del ser humano, cuestionar la exclusión y prepararse para ejercer su libertad y sus derechos y deberes como ciudadanos. Superando la adaptación pasiva a un mundo «dado» que les lleva a culpabilizarse únicamente a sí mismos de la exclusión y les condena a ser seres indiferenciados de segunda categoría.

En cuanto a la definición del grupo Oasis, considero que un posible proyecto futuro pasa por mantener la afirmación pública de su identidad.

a) Haciendo uso de la discriminación positiva para poder ejercer nuestro derecho a hacer teatro, pero sin quedar encerrados en un nuevo ghetto.

b) Enriqueciendo la experiencia a través del intercambio y la cooperación con otros grupos y colectivos, no a través de la competencia en el mercado del espectáculo. Probando técnicas artísticas participativas que estimulen el debate sobre los prejuicios y los valores sociales.

Tal enfoque permite que los actores-usuarios accedan a la cultura como participantes activos en la producción de un valor: el cambio de actitud del público hacia la enfermedad mental.

El teatro puede servir así al proceso de desarrollo humano y recuperar su función originaria de agente de transformación social y de conversión de personas en ciudadanos.

A modo de conclusión quiero transcribir un breve diálogo con los usuarios del grupo Oasis:

Pregunta: «¿Qué significa el teatro para ti?»

Usuario 1: «Es un proyecto de vida».

Usuario 2: «Es como si hubiera vuelto a nacer».

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