Informaciones Psiquiátricas - Tercero trimestre 2003. Número 173

Adaptación y crisis en los ancianos: Implicaciones para la hospitalización

José Manuel Martínez Rodríguez
Psiquiatra.
Presidente de la Asociación de Profesionales de Psicología Humanista y Análisis Transaccional (A.P.P.H.A.T.). Analista Transaccional Certificado (P.T.S.T.A. de I.T.A.A.-E.A.T.A.).
Psicodramatista. Profesor Asociado de Psiquiatría de la Universidad de Valladolid.
Director Médico del Centro Hospitalario Benito Menni de Valladolid.

Recepción: 19-03-02 / Aceptación: 25-02-03

RESUMEN

La ancianidad considerada como una etapa más de la vida del sujeto es un período lleno de movimientos y ajustes intrapsíquicos e interpersonales. Se trata de un conjunto de adaptaciones dinámicas que el sujeto ha de realizar para acometer las exigencias de su entorno y para desarrollar las tareas evolutivas propias del último período del ciclo vital humano. Los ancianos han de responder a una innumerable cantidad de retos personales y vitales que se añaden al hecho de que la ancianidad en sí misma, como etapa del desarrollo evolutivo, tiene sus propias crisis que ponen a prueba los mecanismos defensivos del sujeto.

La atención en régimen de hospitalización a las crisis de los ancianos ha de reestructurar el sistema defensivo del sujeto y facilitar una elaboración progresiva de la crisis. Los Grupos de Transición han demostrado su utilidad para conseguir esta finalidad. La Psicoterapia de Grupo Transaccional se ha mostrado efectiva a la hora de diagnosticar el sistema defensivo y de interacción del paciente, así como para establecer objetivos terapéuticos y facilitar al sujeto el desarrollo de opciones más adaptativas.

Palabras clave: Adaptación. Crisis. Ancianos. Hospitalización. Atención a Crisis. Análisis Transaccional. Grupos de Transición.

ABSTRACT

Elderly live a period of life characterized by a number of intrapsychic and interpersonal movements and adaptations. These are dynamic adaptations needed to cope with environmental demands and to develop the evolutive tasks of the last period of the human life cycle. Elderly have to adapt themselves to a big number of life events added to the fact that this period of life has its own crisis stimulus demanding adaptations of internal defense mechanisms.

Hospital care to elderly crisis has to rebuild the defensive system of the patient and facilitate the working through. Transitional Groups are useful to get this goal. Transactional Group Therapy is effective to diagnose the defensive and interactional system of the patient ant to establish therapeutic goals to help the subject to develop more adaptative options.

Key words: Adaptation. Crisis. Elderly. Hospitalization. Crisis care. Transactional Analysis. Transitional Groups.

LA ANCIANIDAD: UNA ETAPA EVOLUTIVA MÁS

Desde el punto de vista psicológico y psicopatológico el envejecimiento plantea una serie de crisis de progresión variable. El ser humano no llega a la ancianidad por atravesar un umbral biológico bien definido. Entre la juventud y la ancianidad existe un tiempo variable en el que es difícil señalar cambios psicobiológicos llamativos cuando se estudian espacios breves del ciclo vital. A pesar de no ser perceptibles estos cambios sin embargo existen. La mayoría de las personas se dan cuenta de que se están produciendo cambios imperceptibles que más adelante serán reconocidos y que exigirán nuevas actitudes1.

Es preciso resaltar ciertas particularidades de la especie humana que ayudan a conceptualizar y entender mejor las crisis evolutivas y accidentales de la ancianidad. Nuestra especie afronta el ciclo biológico con la conciencia de la muerte, y eso determina parte de la fenomenología observable propia de la última parte de nuestro ciclo vital. Hay un conjunto de manifestaciones psicológicas relacionadas con la forma en que afrontamos nuestros cambios biológicos. En este sentido los vocablos «envejecimiento» y «ancianidad» no son sinónimos2. Ambos remiten a fenómenos distintos que sin embargo coinciden en el mismo ciclo evolutivo. El envejecimiento es un proceso propio de todas las entidades biológicas, y por ello no ha de considerarse como una enfermedad, más bien es una parte más del ciclo vital humano. Sin embargo, nuestra especie, por su capacidad de ser consciente de los cambios biológicos del envejecimiento, reacciona a ellos de una forma específica mediante una serie de adaptaciones, a las que hace referencia el vocablo «ancianidad».

A finales del siglo xix se descubrió la «ancianidad» como período concreto de la «adultez»3. A diferencia de otras etapas este período se caracterizó por tener un comienzo formal, los 65 años de edad, y un rito de iniciación, la jubilación y el comienzo del goce de los «beneficios» del seguro social. En el período comentado la cultura occidental abandonó una aceptación del envejecimiento como proceso natural en el que la ancianidad era una manifestación de la supervivencia de los más aptos y lo sustituyó por una concepción de la ancianidad caracterizada por su condición de dependencia y deterioro. Fue curiosamente en este entorno donde G. Stanley Hall, quien creó el concepto de adolescencia en la década de 1.880, concibió la última etapa del ciclo vital como una etapa de desarrollo, en lugar de considerarla como un período de declinación y decadencia. Esta concepción está más en concordancia con la utilización del vocablo «ancianidad» que etimológicamente denota a quienes han llegado con «anterioridad» y que por tanto poseen mayor experiencia y conocimiento.

Así pues, la ancianidad puede considerarse como una fase más del desarrollo de la vida de una persona con sus tareas evolutivas y sus factores de crisis. Cada fase del desarrollo vital posee elementos traumáticos específicos, comunes a un todo un grupo etario. Sin embargo no ha de considerarse que los factores traumáticos por excelencia que conducen a la crisis de la ancianidad sean las pérdidas físicas y psicosociales. Antes bien, las respuestas defensivas ante los déficits físicos y psicosociales no son privativas de la ancianidad y pueden surgir y ser observadas en cualquier edad.

Más bien, los factores que desencadenan crisis en la ancianidad han de buscarse ligados a las tareas evolutivas propias de esta fase. Erikson4 ha descrito ciertas tareas evolutivas propias de la vejez que ha de acometer el anciano, y sin cuyo cumplimiento el sujeto no desarrolla su potencialidad humana. El anciano ha de optar entre dos tendencias internas: La «Integridad», (en el sentido de «No puede haber un Yo» sin «un Otro», un «Nosotros» sin un «Otro compartido») y la «desesperación», o sea, el disgusto, el aislamiento desdeñoso, el no poder obtener un sentido integrado de la propia vida.

Para Erikson la resolución viene dada por la adquisición de la «Sabiduría»: La sabiduría es un interés desapegado respecto de la vida misma frente a la muerte misma, el sentimiento de que aquello que se ha llegado a ser no representa todo lo que se es, ni lo único que se deja atrás con la muerte. William James señala que en el fondo de su aislamiento el anciano debe encontrar no sólo a su «Yo asesinado» sino también a su «Yo asesino» para poder encontrar a su «Yo vivo» y dador de vida.

Estas tareas evolutivas, sumadas a la necesidad de mantener la autoimagen a pesar de los cambios propios del envejecimiento biológico, generan una crisis de identidad, cuyo reflejo alcanzará tanto lo físico, como lo psíquico. En este último aspecto se produce una importante alteración de la variable personal que denominamos «autoimagen».

Para comprender mejor el valor identificatorio de la autoimagen vamos a recordar la conceptualización jerárquica que vino a proponer Burns5 en 1979 para formular los distintos planos de la vivencia del Yo. Este autor diferencia entre el Nivel Nomotético o global del Concepto del Yo, y el Nivel Idiográfico, o individualizado. En un nivel idiográfico o individual distingue entre el «Yo como conocedor», o «Yo», y el «Yo como conocido», o «Mi», que es el «Autoconcepto». Así pues, el «Yo como conocido» es el «Sí-mismo» o «Autoconcepto». En este último Burns distingue una dimensión actitudinal que denomina autoevaluación, autoestima o autoaceptación, y otra estructural, que es la «autoimagen», a la que nos referimos y que desempeña un papel central a la hora de analizar la crisis de identidad del anciano.

A lo largo de la maduración y el envejecimiento a muchas personas les cuesta cambiar la imagen mental que tienen de sí, por lo que mantienen la que tenían cuando eran adolescentes o cuando eran niños. De esta forma la vejez se convierte en un problema especial para ellos: no se resignan a envejecer. Les molesta ver a sus amigos y a las personas de su generación envejeciendo. Contemplan en ellos el paso del tiempo y así se hacen conscientes de su propio envejecimiento. Mientras que para algunos el ver «distintos» a sus compañeros de generación es una ayuda, a la hora de compartir el sentimiento de haber cambiado y aceptarlo6, a otros les sitúa dolorosamente frente a un hecho insoportable.

LAS CRISIS EVOLUTIVAS DE LA ANCIANIDAD

Muchos sujetos no cambian su auto-imagen con el curso del tiempo a pesar de los cambios físicos experimentados. No reconocen haber sido distintos a lo largo de su vida. Los deseos y decisiones acerca de lo que ha de ser su existencia se mantienen íntimamente como algo inmutable que sustenta su esperanza y que otorga el significado de quién es uno mismo y quiénes son los demás, qué es la vida, qué calidad tiene y qué puesto tiene uno en el entorno. En estos casos la autoimagen se mantiene de una forma rígida y no contempla los cambios físicos y personales experimentados por el sujeto a lo largo de su vida. Se defiende un constructo personal elaborado muy tempranamente en el desarrollo evolutivo y que ni es útil ni adaptativo a la hora de acometer las exigencias evolutivas de la ancianidad.

Erskine ha señalado la estabilidad en el tiempo de las concepciones construidas en la infancia como consecuencia de la internalización de relaciones interpersonales significativas7. Esta internalización se traduce en un conjunto de creencias inconscientes, a veces no manifiestas, que invaden el ser y motivan la conducta, de forma que la articulación del Yo con el entorno se hace más en función de los deseos que de la realidad.

Sin embargo el grado en que la articulación de los deseos y de la realidad sea más o menos armoniosa determina en buena medida el confort psicológico de un anciano. Así pues, la calidad de vida en esta etapa de la vida no sólo depende del bienestar físico y el confort social, sino también del grado en que los dilemas personales se han resuelto a lo largo de la vida.

Cuando estos conflictos no se han elaborado de forma satisfactoria se asiste a situaciones llamativas: Algunos ancianos agradecen que el envejecimiento deje de plantearles problemas sexuales tras perder atractivo personal. Otros se angustian cuando desaparecen las actividades que les servían para distraerse durante la vida y no tener que afrontar su insatisfacción: los hijos, el trabajo, etc. Antes estaban bien y ahora, en su ancianidad, se ponen mal. Algún otro se encuentra con que ni siquiera cuando se acaban sus hipotecas sociales (trabajo, profesión, obligaciones económicas contraídas, etc.) son capaces de encontrar la felicidad. Hay ancianos que se desorientan cuando dejan de identificarse con roles sociales rígidos. Algunos tratan de vivir la adolescencia que nunca vivieron. Otros se sienten envidiosos y plantean a sus hijos exigencias por los cuidados que les prodigaron en su infancia.

A lo largo de la vida se atenúa, o se reaviva el drama personal, de forma que las fuerzas que atentan contra la autoimagen se van haciendo cada vez más numerosas. Las circunstancias de la vida puede que hayan sido más o menos compatibles con la imagen que el sujeto quería alimentar. El anciano se enfrenta al hecho de que el tiempo cronológico disminuye y esto atenta o favorece la consecución de sus metas personales. Estas tienen un tiempo de espera privado, subjetivo, que no coincide con la medida social del tiempo.

La percepción subjetiva del paso del tiempo tiene que ver con el grado de cumplimiento del desenlace del Guión de vida personal8 que el sujeto elaboró en los primeros años de su vida y del cual ha venido desarrollando diversos actos encaminados hacia un final predecible. Es la perspectiva de conseguir un final acorde con lo planificado lo que ha venido tranquilizando al sujeto a lo largo de su existencia y en la última parte de la vida se replantea la factibilidad de dichos planes.

Berne ha descrito las diversas variantes de los Guiones de vida elaborados por el sujeto en base a sus primeras relaciones sociales9. El tiempo para el sujeto transcurre como un tiempo de espera para el cumplimiento de las decisiones y objetivos de su Plan de vida interno. Algunos ancianos siguen con la esperanza de alcanzar, a través de mecanismos guiados por el pensamiento mágico, aquello de lo que carecieron debido a deprivaciones tempranas. En estos casos el sujeto sigue fijado al pasado, y, como si hubiera atravesado un túnel del tiempo, recrea las escenas traumáticas de su pasado en el presente, atribuyendo a las personas del entorno próximo roles correspondientes a los personajes significativos de su drama infantil. Este es un espacio dramático privado que se reconstruye en la clínica a través de diversos medios, por ejemplo el Análisis de la Transferencia o las Escenas psicodramáticas.

A continuación vamos a analizar las funciones que cumple este proceso en la doble vertiente de las economías intrapsíquica e interpersonal. Desde el punto de vista intrapsíquico el sujeto realiza este proceso para poder mantener un sentimiento interno de identidad. Desde la perspectiva interpersonal es más bien un proceso orientado a proveer de seguridad interna al sujeto en sus intercambios con los demás.

Mantenimiento de la identidad

A través de la repetición del escenario familiar el anciano trata de dotar a su experiencia interna de un sentimiento interno de continuidad. El tiempo se confunde y el pasado y el presente se mezclan en el proceso de atribuir a otras personas roles significativos. Aquí el proceso consiste en proyectar las figuras introyectadas que contribuyeron a conformar la autoimagen del sujeto y sus relaciones interpersonales. Veamos estos aspectos en la siguiente viñeta clínica:

Ch. se muestra en el grupo como alguien dispuesta a ayudar a todo el mundo. Maestra jubilada está diagnosticada de Trastorno Bipolar. Llega con un episodio mixto pero en poco tiempo adopta en la Unidad de atención a crisis un rol de ayuda y apoyo hacia otros pacientes ingresados. Muestra poca actividad autocrítica y sin embargo exhibe una fina capacidad intuitiva y de empatía con los problemas de los demás. Es capaz de resonar afectivamente con las necesidades internas de sus compañeros de unidad. Sin embargo le resulta difícil aceptar que ella tiene problemas. Es la anteúltima de nueve hermanos, siendo la hermana que le sigue dos años y cuatro meses menor. La historia de Ch. viene marcada por la necesidad de competir con las relaciones objetales perdidas de su madre. Estas ocuparon en el mundo interno de su figura materna un lugar preeminente, hasta el punto de obturar la percepción de las necesidades evolutivas de la niña. «Mi madre perdió a su padre cuando yo tenía menos de un año y luego perdió a mi hermano». En total Ch. ha experimentado la pérdida de tres hermanos recién nacidos. Posteriormente sufrió la pérdida de otro que murió cuando tenía 20 años.

Uno de los pequeños fallecidos era uno de los dos gemelos que le antecedían. «Mi madre siguió con hambre de gemelos, y nos vistió a mi y a la hermana que me sigue como gemelas». Despojada de su identidad encontró enseguida un Falso Self que le permitió adaptarse a un entorno familiar compuesto de numerosos hermanos, en el que las pérdidas afectivas y la depresión tenían un gran impacto a la hora de dar y aceptar roles familiares. Ella expresa así esta situación: «Cuando tenía dos años era la penúltima, mi madre estaba en cama con un pulmón enfermo y mi padre era un maestro con un salario muy bajo para atender seis hijos vivos».

Ch., aprendió pronto a anteponer las necesidades de los demás a las suyas propias para conseguir el reconocimiento que le permitiera sentirse viva. «Cuando tenía ocho años ya llevaba tres pensando que era muy vieja». «Cuando hice la primera comunión ya pensaba que era bisabuela de todo el mundo». «Mi madre quería tener un hijo sacerdote y yo quise ser misionera para compensarla ya que ninguno de sus hijos se decidió a entrar en el seminario».

Con una identidad basada en la compensación de una carencia interna a través del sacrificio, construyó a lo largo de su desarrollo un sistema de adaptación orientado a conseguir un reconocimiento condicional. Este venía dado por su utilidad para los demás y servía para compensar la falta de valor incondicional que aún hoy en día siente en su persona. Cuando murió su hermano de 20 años el escenario de su vida y sus relaciones con los demás estaban ya consolidados: «Visitábamos todos los días la tumba de mi hermano y mientras yo veía a mi madre llorar yo me enfadaba con Dios: Yo no entendía por qué mi hermano había muerto y yo estaba viva. ¿Qué es lo que había fallado?»

En cuanto ingresa en la Unidad de Atención a crisis trata de reconstruir su identidad. Experimenta la necesidad de que sus compañeros sepan «quién es ella» como persona, con la finalidad de reducir la angustia de la separación de sus familiares y seres queridos. Trata de crear una «familia de emergencia» dentro de la Unidad con la finalidad de dotar de sentido sus interacciones y disminuir su confusión.

Búsqueda de control y dominio

A través de la repetición de las escenas arcaicas el anciano busca estar en condiciones de predecir los acontecimientos y así aliviar la angustia. De esta manera también se dota de una guía de acción que le permita disminuir la incertidumbre, predecir el resultado de sus actos y conseguir estabilidad interna. Las interacciones personales pasan a tener un significado específico, muy subjetivo, ante el cual el anciano sabe cuáles han de ser los recursos a utilizar. En la siguiente viñeta clínica se ilustra este aspecto:

Y. tiene 68 años, está ingresada en la Unidad de Crisis debido a un episodio maníaco desencadenado a raíz de la muerte inesperada de su hermana hace mes y medio. Desde que su padre falleció, ahora hace ya 20 años, ambas vivían juntas en un apartamento de una gran ciudad. Tras la pérdida de su hermana la paciente fue trasladada por sus familiares a una residencia de ancianos ubicada en un pueblecito de una provincia distinta a la de residencia habitual. En su nuevo alojamiento la paciente conoció a «C.», que casualmente se llamaba como su hermana fallecida: «Una chica de una edad comparable a la de mi hermana y la mía, que estaba sola en la vida como yo». Enseguida pensó que los designios de la Providencia las había puesto en relación.

En virtud de la necesidad de soportar el vacío abrumador experimentado en su interior tras la pérdida de su hermana, la paciente proyectó en «C.» un rol repleto de expectativas. Inició con ella una «fiesta maníaca» con la que trataba de recrear el escenario feliz de su infancia. Su padre fue militar y estuvo destinado en el Norte de África. Durante su estancia en la nueva residencia de ancianos Y reconstruye sus relaciones infantiles: «Íbamos a los mercadillos a comprar decomisos, como hacía de niña con mis hermanas cuando vivíamos en Tánger con mis padres» En su escena del presente también se dedica a comprar decomisos «baratos y bonitos» traídos del Norte de África. Para ello se hace acompañar de la otra anciana, que viene a encarnar un personaje necesario para que su ficción se mantenga viva más allá del paso del tiempo.

Cuando finalmente los responsables de la Residencia tomaron conciencia del peligro que entrañaban las actividades de la paciente fue hospitalizada en nuestro Centro. Cuando llegó a la Unidad de Crisis Y. vestía como una colegiala, con un traje estampado de colores infantiles, peinada de forma también infantil, con melena corta y diadema. Su vestido de tablas se fruncía con un gran lazo. Las mangas de su vestido eran pomposas y propias de una vestimenta infantil. A su llegada experimentaba un delirio megolomaníaco, permitiéndose dar órdenes «militares» al personal. Su encarnación de esta identificación paterna omnipotente le ayudaba a negar la humillación de verse hospitalizada en contra de su voluntad.

En cualquier caso, la atribución de sus proyecciones permitía a Y., acceder a fórmulas de dominio y de control, de actuación sobre su entorno, que si bien eran infectivas para resolver su problema interno, le proporcionaban un sentimiento de poder y confianza.

LA RESPUESTA ASISTENCIAL: LOS GRUPOS DE TRANSICIÓN

Tanto las crisis evolutivas como las accidentales que los ancianos experimentan pueden alcanzar una relevancia que requiera la hospitalización. En buena parte el significado y la relevancia de las crisis accidentales se entiende mejor si analizamos el impacto de los acontecimientos vitales traumáticos a la luz de las tareas evolutivas inacabadas del sujeto. Estas tareas inacabadas dan un significado especial a los acontecimientos vitales a los que el anciano reacciona y dificultan al sujeto la elaboración de las tareas evolutivas propias de la ancianidad. El sujeto puede también acusar una dificultad para finalizar las tareas propias de la ancianidad sin que se observe una interferencia de aspectos inacabados de otras etapas del ciclo vital.

En las Unidades de atención a Crisis es primordial entender el aspecto inacabado de los dramas del pasado y su relación con el presente. La facies cansada de algunos ancianos, su fachada física, la intensidad de su sintomatología no ha de impedirnos percibir la parte de la personalidad fijada en anhelos irresueltos de la infancia. En ella se conserva la energía y la esperanza de las necesidades no cubiertas y un anhelo de satisfacción altamente motivador.

Esta energía motivacional es suficientemente poderosa como para organizar la actividad diaria del sujeto en una búsqueda incesante que otorgue significado a los estímulos cotidianos. El anciano se ve impulsado a negociar inconscientemente el reparto de papeles con las personas próximas para poder recrear un entorno significativo en el que orientarse.

Una función de las Unidades de Atención a Crisis es reestructurar el sistema defensivo del anciano. La desestructuración con que llegan los pacientes corre el riesgo de agravarse por la situación objetiva de cambio y de transitoriedad propia de la hospitalización. En el contexto de una situación de angustia, pérdida de contacto con la realidad o depresión intensa el sujeto ha de trasladarse a un entorno desconocido y ha de renunciar a la presencia de aquellas personas que hasta el momento venían constituyendo para él en mayor o menor medida un apoyo en las rutinas diarias y los rituales de compensación.

En nuestra experiencia una forma de ayudar al anciano a adaptarse a las exigencias de una Unidad de Atención a Crisis es la inclusión en un Grupo de Transición de tipo Analítico Transaccional. Ya hemos desarrollado en otro lugar los objetivos y dificultades técnicas propias de los Grupos de Transición, así como su función en las Unidades de Atención a Crisis10. La psicoterapia de grupo es un buen instrumento para abordar la crisis y reducir el estrés suplementario que supone para el paciente trasladarse desde su hogar a un entorno desconocido vivido como extraño o amenazador.

En nuestra Unidad de atención a Crisis la Psicoterapia Transaccional de Grupo es la primera de las actividades terapéuticas en las que participa el paciente al ser admitido en la Unidad. El trabajo durante la sesión está dirigido a ofrecerle un entorno seguro que facilite la transición desde su hogar a la Unidad de hospitalización, razón por la cual denominamos «Grupo de Transición» a esta actividad específica. Durante las sesiones se utiliza un marco de referencia diagnóstico y terapéutico Analítico Transaccional utilizándose ocasionalmente técnicas activas Psicodramáticas.

Esta actividad es, en fin, una pieza clave en el conjunto de actividades terapéuticas de la Unidad, siendo su función principal facilitar un tratamiento intensivo de las crisis durante y después de la hospitalización, conseguir la colaboración del paciente en el tratamiento y vincularle con el personal asistencial.

La Terapia Analítica Transaccional permite diagnosticar de manera eficaz y efectiva el sistema defensivo del paciente mediante la observación de su estilo interactivo, ponderar las ayudas situacionales de que dispone, valorar la percepción que el anciano tiene de su problema, elaborar una hipótesis de trabajo y establecer un contrato terapéutico que sirva al paciente para responsabilizarse de su situación personal y colaborar en el tratamiento. A lo largo de las sesiones el paciente tiene la oportunidad de elaborar los conflictos relacionados con la crisis actual y desarrollar opciones nuevas de respuesta. Entre otros objetivos la Psicoterapia Transaccional de Grupo sirve, además, para facilitar posibilidades de socialización y encuentro a los pacientes así como un espacio donde vehicular información acerca de la organización y cultura de la Institución.

El Grupo de Transición es utilizado también con la finalidad de facilitar el alta y la transición del paciente hacia su domicilio. También éste es un cambio inquietante que puede reactivar una crisis. Si bien en la Unidad el anciano pronto consigue recuperar el control de su sintomatología y el equilibrio interno, la proximidad del alta médica le hace experimentar dudas sobre la fortaleza de sus recursos para afrontar la vuelta al medio habitual. Este es un momento clave para los miembros del grupo, ya que el alta de los pacientes recuperados transmite a quienes acaban de ingresar esperanza y optimismo, así como modelos de resolución de problemas. Algunos miembros del grupo asumen el rol de mantener la cultura y los valores específicos del grupo, aspecto éste que acelera su proceso de adaptación.

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6. Weinberg J. Psiquiatría Geriátrica. En: Tratado de Psiquiatría, Tomo II. Freedman AM, Kaplan HI. y Sadock BJ. (Eds.). Barcelona: Masson, 1982; 2.664-2.265.

7. Erskine RG, Moursund JP. En: Integrative Psychotherapy in Action. Newbury Park, CA: Sage Publications, 1988; 29-40.

8. Berne E. En: ¿Qué dice usted después de decir hola? Barcelona: Ediciones Grijalbo, 14.a Edición, 1974; 129-137.

9. Berne E. En: ¿Qué dice usted después de decir hola? Barcelona: Ediciones Grijalbo, 14.a Edición, 1974; 227-235.

10. Martínez JM, Quiroga P, Pérez C, San Miguel R, y Fernández M.a N. Grupos Terapéuticos en Unidades de Hospitalización de Corta Estancia. Boletín de la Sociedad Española de Psicoterapia y Técnicas de Grupo 1997; 4 (11): 139-148.

 

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