Informaciones Psiquiátricas - Cuarto trimestre 2007. Número 190

Acerca de los procesos de identificación en los estados depresivos

 

Pau Martínez Farrero

Doctor en psicología, psicólogo clínico especialista y psicoanalista.
Centre de Salut Mental de Sant Feliu de Llobregat, Sagrat Cor Serveis de Salut Mental.

 

Recepción: 15-06-07 / Aceptación: 18-07-07

 

RESUMEN

En un texto clásico del psicoanálisis, Duelo y melancolía, Freud definió la melancolía como un cuadro psicopatológico resultante de la pérdida de un objeto de amor al cual el sujeto se identificaba. En el presente artículo se expone una síntesis de este planteamiento y de las aportaciones que autores posteriores han hecho, generalizándolo al concepto de depresión.

 

Palabras clave

Melancolía, depresión, duelo, identificación.

 

SUMMARY

In a classical text of psychoanalysis, Mourning and melancholy, Freud defined melancholy like a psychopatological disorder resulting the lost of de loved object to wich the subject is identified. The present text shows a synthesis about this approach as well as later autors has proposed, also generalizing to the depression concept.

 

Key words

Melancholy, depression, mourning, identification.

 

1. INTRODUCCIÓN

En este artículo se ahonda en la tesis freudiana que concibe la melancolía a partir de los lazos inconscientes de identificación con un objeto de amor perdido. En primer lugar se hace un desarrollo teórico del concepto de identificación formulado por Freud y autores posteriores. A continuación se realiza la misma labor con el concepto de melancolía. Finalmente se presenta una exposición de casos clínicos como ejemplo práctico.

Freud entiende la melancolía como una consecuencia particular del fenómeno de la identificación, que define como la manifestación más temprana de vínculo afectivo con un semejante, el cual servirá de modelo para configurar el propio yo. La identificación es una etapa previa a la elección de objeto de amor, a la que el sujeto regresará siempre que se produzca una pérdida del amor por parte de tal objeto. La melancolía, denominada también depresión mayor por los tratados posteriores de psicopatología, es el resultado de la identificación del sujeto con un objeto de amor que se ha perdido. El dolor melancólico es el ataque al propio yo identificado al objeto perdido.

Siguiendo los planteamientos de Freud, Ferenczi diferencia la identificación que se produce en la etapa oral, en la que el niño quiere incorporar devorando el objeto de amor y otra modalidad de identificación que requiere un mayor desarrollo del yo, denominada identificación imaginaria, que se produce tras la etapa del narcisismo, y que sirve de puente a la relación de objeto.

Abraham relaciona el estado melancólico con la neurosis obsesiva. En ambos casos existe una ambivalencia afectiva hacia el objeto, sustentada en la fase anal. La pérdida real del objeto en la melancolía, o la amenaza de pérdida en la neurosis obsesiva, es igualmente vivida inconscientemente como una expulsión de un objeto de propiedad, como si se tratara de las heces, prototipo de toda experiencia de pérdida.

Melanie Klein propone un nuevo mecanismo de defensa basado en la identificación, fundamental para entender los procesos psicológicos primarios, que denomina identificación proyectiva, y que consiste en la atribución y percepción en el objeto, de rasgos que en realidad pertenecen al propio sujeto. La identificación proyectiva es el mecanismo fundamental de los primeros meses de vida, que configura un mundo dividido entre objetos buenos y malos en función de si son gratificantes o frustrantes, etapa que denomina posición esquizoparanoide. Cuando el niño es capaz de integrar en una sola unidad esos aspectos hasta ahora disociados, se da cuenta de que su propia hostilidad puede conducir a la pérdida del objeto amado, dando lugar a una nueva etapa en que el niño puede experimentar sentimientos depresivos, denominada posición depresiva.

Basándose en la importancia que otorga al lenguaje y los elementos significantes en el desarrollo mental, Lacan diferencia dos tipos particulares de identificación. La identificación primaria se produce en el momento que el niño empieza a participar en el universo simbólico determinado por el lenguaje, y refiere al deseo de completud que el niño cree percibir en su madre, que lo induce a quererse identificar con aquello que considera que a ella le falta. Posteriormente, mediante la identificación especular, construirá la imagen de sí mismo y podrá diferenciarse de los demás, especialmente de la madre.

Nasio interpreta la definición que hace Freud de melancolía utilizando el concepto de identificación especular de Lacan. La melancolía es el resultado de una identificación del yo con la imagen global del objeto perdido, que conduce al yo a convertirse en imagen de aquél.

 

2. Acerca del concepto de identificación

En Psicología de las masas y análisis del yo Freud define el concepto de identificación como la «manifestación más temprana de un enlace afectivo a otra persona», que permite conformar el propio yo a imagen de un objeto (un ser amado) tomado como modelo. La identificación es por tanto una etapa previa a la elección de objeto y, a diferencia de esta última, de naturaleza ambivalente. La identificación es un mecanismo propio de la fase oral de la organización de la libido (etapa en la que no es posible diferenciar la elección de objeto de la identificación), en que el sujeto incorpora al objeto comiéndoselo, y por tanto destruyéndolo. Una vez establecida la relación de objeto, cuando el sujeto abandona o pierde a un objeto amado, se produce una regresión de la libido a la etapa de la identificación, de tal modo que el objeto queda reconstruido en el yo, modificándose parcialmente con-forme al modelo del objeto perdido. Un ejemplo de ello es el caso presentado por Freud de un niño que tras la muerte de su gato empieza a adoptar la conducta del animal: anda a cuatro patas y se niega a comer en la mesa.

Considerando que tras la pérdida de un objeto (de un ser amado) se produce una reestructuración del yo a partir de su identificación con aquél, Freud afirma que lo que se entiende por carácter del yo «es un residuo de las cargas de objeto abandonadas y contiene la historia de tales elecciones de objeto», aunque también puede coexistir la elección de objeto y su identificación con él, es decir, producirse una modificación del carácter antes del abandono total del objeto1.

Con la introducción del modelo estructural en El Yo y el ello, Freud entiende la identificación del yo del sujeto respecto al objeto renunciado, no sólo como el producto de una regresión libidinal sino también como un intento del yo de dominar al Ello, ofreciéndose como objeto al que poder seguir amando tras el abandono del objeto de deseo, mostrándole sus mismas características.

La primera identificación, cuyos efectos son generales y duraderos, se produce con el padre y recibe el nombre de identificación primaria. Tal identificación no parece provenir de ninguna carga de objeto abandonado pues es anterior a cualquier relación de objeto. La identificación primaria es la que da lugar al ideal del yo2.

Ferenczi diferencia entre la incorporación real del objeto que se produce en la etapa oral y la incorporación imaginaria que posibilita la identificación en etapas más evolucionadas del desarrollo libidinal. Concretamente, la identificación puede situarse entre las fases oral y sádico anal, de naturaleza narcisista, y el amor objetal. La identificación se convierte de este modo en un puente entre el yo y el mundo exterior, «que permite convertir el ‘ser’ intransitivo en el ‘tener’ transitivo». Por medio de la identificación las propiedades del objeto se atribuyen al propio yo3.

Melanie Klein cree que los fenó-menos de introyección y proyección actúan desde el comienzo de la vida posnatal. Su interacción configurará el mundo interno y a su vez, el modo de percibir la realidad externa. El mundo interno consiste en un conjunto de objetos introyectados, que corresponden a rasgos percibidos en los objetos reales del mundo exterior, principalmente la madre. De tal modo que el pecho se constituye en el objeto primario hacia el cual se proyectará el amor o el odio. En los primeros meses de vida prevalece la ambivalencia afectiva, es decir, el niño disocia los objetos de amor y odio en función de los sentimientos que gobiernen en él. A esta etapa Melanie Klein la denominó posición esquizoparanoide y es un momento de gran angustia. El mecanismo fundamental en esa etapa es la identificación proyectiva, elemento clave de los procesos psicológicos según esta autora, que consiste en introducir imaginariamente partes del propio yo en la otra persona. En la medida que el yo disociado primitivo puede introyectar paulatinamente la idea de un pecho más gratificante que frustrante, integrará en una sola unidad los aspectos buenos y malos del objeto de amor, dando paso a lo que denomina posición depresiva4.

Según Lacan existen dos tipos fundamentales de identificación: la identificación primaria y la identificación especular. El niño entra en el lenguaje, el universo simbólico que se constituye a través de la palabra, a partir de la represión primaria. La entrada en el lenguaje supone para el niño la alienación a la demanda de la madre, que es una demanda de completud, que expresa a su vez la realidad de que a la madre le falta algo importante, es decir, está marcada por una falta estructural. El bebé intenta identificarse a aquello que cree que le falta a la madre, con el fin de dotarla de la completud que él cree que ella anhela. A este tipo de identificación Lacan la denomina identificación primaria con el significante de la demanda materna. No obstante, ya que aquello a lo que el niño se quiere identificar es en realidad el significante de algo que la madre no tiene, queda identificado a una falta, a un vacío. Es lo que se ha llamado identificación con el falo5.

En la etapa denominada por Lacan estadio del espejo, el niño podrá recuperar la conciencia de sí mismo, su propio yo, mediante la identificación especular, es decir, la identificación a su propia imagen a través del espejo. A partir de ese momento el niño podrá distinguirse de sus semejantes y también del ideal materno6.

 

3. Acerca de la depresión

En 1917 Freud publica Duelo y melancolía, un texto que analiza el fenómeno de la melancolía (término que, según Strachey, usa Freud para definir estados clínicos que en la actualidad podrían describirse como depresión) a partir de sus similitudes con el proceso de duelo. Definió la melancolía como un cuadro determinado por «un estado de ánimo profundamente doloroso, una cesación del interés por el mundo exterior, la pérdida de la capacidad de amar, la inhibición de todas las funciones y la disminución de amor propio. Esto último se traduce en reproches y acusaciones, de que el paciente se hace objeto a sí mismo, y puede llegar incluso a una delirante espera de castigo».

Ante la pérdida del ser u objeto amado la libido debe abandonar los lazos que mantenía con él. El proceso psicológico normal ante la pérdida del objeto consiste en una retirada lenta y progresiva de la libido adherida a él, que se conoce como proceso de duelo y que requiere un tiempo y un gasto determinado de trabajo psíquico. «Cada uno de los recuerdos y esperanzas que constituyen un punto de enlace de la libido con el objeto es sucesivamente despertado y sobrecargado, realizándose en él la sustracción de la libido [...] Al final de la labor del duelo vuelve a quedar el yo libre y exento de toda inhibición.» No obstante, hay ocasiones en que el yo no acepta la realidad de la pérdida y origina procesos patológicos: la psicosis alucinatoria y la melancolía.

Entre el duelo y la melancolía existen semejanzas:

a)  Están producidos por la pérdida de un objeto amado.

b)  La persona pierde el interés por el mundo exterior.

c)  Ignora la posibilidad de nuevas elecciones afectivas.

Y también diferencias:

a)  En la melancolía la pérdida del objeto puede ser de naturaleza más ideal: «El sujeto no ha muerto pero ha quedado perdido como objeto erótico (es el caso, por ejemplo, de una novia o novio abandonado)».

b)  En la melancolía el sujeto puede saber cuál ha sido su causa, es decir, «quién ha perdido» pero ignorar «lo que con él ha perdido». Por tanto, una diferencia fundamental entre el duelo y la melancolía es que en la melancolía el conocimiento de la pérdida del objeto es de naturaleza inconsciente, mientras que en el duelo el sujeto sabe perfectamente qué es lo que ha perdido, la experiencia de la pérdida se sitúa en el plano consciente.

c)  En la melancolía se produce una considerable pérdida del amor propio, es decir, un empobrecimiento del yo. «En el duelo, el mundo aparece desierto y empobrecido ante los ojos del sujeto. En la melancolía, es el yo lo que ofrece estos rasgos a la consideración del paciente». El melancólico se describe a sí mismo como alguien que no merece consideración, que se siente incapaz ante las cosas. Se autorreprocha y espera la repulsa y el castigo. Por otro lado, carece de pudor en el momento de comunicar sus propios defectos a los demás. Se puede concluir que la pérdida que el sujeto melancólico experimenta no se produce en la esfera del objeto sino en el propio yo.

Las autoacusaciones del melancólico no suelen corresponder con su verdadera personalidad sino más bien con la del ser cuyo amor cree haber perdido, por lo que Freud concluye que «los reproches con los que el enfermo se abruma corresponden en realidad a otra persona, a un objeto erótico, y han sido vueltos contra el propio yo». No se trata, pues, de reproches contra sí mismo sino contra otra persona. «Sus lamentos [del melancólico] son quejas». El tormento al objeto queda convertido en autoagresión. Pero en realidad no es al propio yo a quien el sujeto agrede, sino al yo en cuanto identificado con el objeto perdido.

El proceso de la melancolía puede sintetizarse a partir del siguiente esquema:

a)  Existe una elección de objeto, es decir, un enlace de la libido con una persona determinada.

b)  Surge una conmoción en la relación objetal que impide que la libido pueda desligarse del objeto de amor con normalidad y tenga libertad de desplazarse hacia otro.

c)  El yo del sujeto experimenta una identificación con el objeto perdido que permite a la libido, retraerse al yo. «La sombra del objeto cayó así sobre el yo.» A partir de este momento el propio yo, en tanto identificado con el objeto perdido, es juzgado por la instancia moral del sujeto, llamada ideal del yo. De este modo se transforma la pérdida del objeto en una pérdida del yo y el conflicto entre el yo y la persona amada en un conflicto entre el yo modificado por la identificación, y el ideal del yo.

No obstante, para que pueda producirse tal identificación del yo con el objeto son necesarias dos condiciones previas de naturaleza contradictoria:

a)  La libido debe estar fuertemente ligada al objeto erótico.

b)  La libido debe tener facilidad de desligarse de él. Tal contradicción sólo es posible si la elección de objeto se ha hecho sobre una base narcisista, es decir, sustituyendo el amor al objeto por una identificación (el sujeto ama a su yo proyectado en el objeto) de manera que ante la mínima contrariedad la libido pueda retornar fácilmente al yo. «La identificación narcisista con el objeto se convierte entonces en un sustitutivo de la carga erótica, a consecuencia de la cual no puede ser abandonada la relación erótica, a pesar del conflicto con la persona amada».

Por tanto, la melancolía se constituye a partir del duelo y del proceso de regresión de la elección de objeto narcisista al narcisismo, que pone en evidencia el conflicto de ambivalencia propio de las relaciones afectivas. «Cuando el amor al objeto, amor que ha de ser conservado, no obstante el abandono del objeto, llega a refugiarse en la identificación narcisista, recae el odio sobre este objeto sustitutivo, calumniándolo, humillándolo, haciéndole sufrir y encontrando en este sufrimiento una satisfacción sádica. El tormento, indudablemente placentero que el melancólico se inflige a sí mismo significa [...] la satisfacción de tendencias sádicas y de odio, orientadas hacia un objeto, pero retrotraídas al yo del propio sujeto [por el proceso de identificación].» En la melancolía el sujeto intenta conseguir a partir del autocastigo su venganza por el abandono al que el objeto lo ha sometido. De este modo la carga erótica del melancólico hacia el objeto perdido experimenta un doble destino: una parte retrocede hasta la identificación y la otra, bajo el influjo del conflicto de ambivalencia, hasta la fase sádica propio de la pregenitalidad.

Otra de las características de la melancolía es su tendencia a transformarse en manía, el cuadro clínico sintomáticamente opuesto. Si en la melancolía puede afirmarse que el yo ha quedado dominado por el objeto perdido, en la manía ocurre lo contrario: «el yo consigue dominar al objeto, quedando liberada toda la energía que el proceso melancólico había requerido y disponible para nuevas cargas de objeto que el sujeto maníaco emprende con voracidad»8.

En Psicología de las masas y análisis del yo Freud concluye que la melancolía es el resultado de la crítica del yo por parte del ideal del yo, sentimiento que se experimenta en forma de culpa y sensación de inferioridad. La manía, al contrario, es el acuerdo entre ambas estructuras, que provoca en el sujeto un sentimiento de triunfo y satisfacción, ajeno a cualquier autocrítica1.

En el Yo y el Ello Freud señala que en los procesos normales la pulsión de muerte es canalizada a partir de tres mecanismos:

a)  Una parte es neutralizada por su mezcla con los componentes eróticos.

b)  Otra parte es derivada al exterior en forma de agresión.

c)  El resto circula libremente en el interior.

Pero en la melancolía el super-yo se convierte en el punto de reunión de la pulsión de muerte. El super-yo surge como identificación con el modelo paterno, tras la desexualización y sublimación de las cargas libidinosas, procesos que conllevan la disociación de las pulsiones. Las cargas amorosas quedan liberadas de las agresivas, siendo estas últimas utilizadas por el super-yo para manejarse de forma imperativa y cruel2.

Abraham considera que la melancolía es una acción defensiva ante la pérdida del objeto, producto de la regresión de la libido a una fase oral primitiva, ligada al acto de la succión, acto que no pone fin a la existencia del objeto como ocurre a partir de la dentición, momento que inaugura la etapa oral-sádica. En la fase oral de la succión Abraham considera que aún no hay distinción por parte del niño entre la persona que mama y la persona que amamanta y por tanto no existen aún los sentimientos de ambivalencia, responsables del sadismo y de la culpa propios de la melancolía. Cita como ejemplo, el caso de un joven aquejado de depresión que sentía un alivio instantáneo al tomar un vaso de leche preparado por su madre9.

Abraham compara la melancolía con la neurosis obsesiva. Observa que los síntomas obsesivos aparecen también en la melancolía y a su vez, que en la neurosis obsesiva se producen períodos de depresión. En ambas afecciones existe una gran ambivalencia hacia el objeto de amor. La melancolía es el resultado de la pérdida del objeto mientras que en la neurosis obsesiva el sujeto consigue conservar el objeto. Abraham subrayó la importancia de la etapa anal para entender el estado de melancolía. Si el amor genital consiste en la capacidad de amar a la vez que respetar la independencia del objeto con respecto al yo, en la etapa previa a la genitalidad, es decir, la etapa anal, el objeto sólo puede ser amado en la medida que se considera como propio. Cuando en la neurosis obsesiva el sujeto siente la amenaza de la pérdida del objeto o en la melancolía el objeto es perdido realmente, tanto un caso como otro el inconsciente los registra como una expulsión, semejante a la evacuación de los excrementos.

El estudio de la melancolía y la neurosis obsesiva condujo a Abraham a diferenciar dos periodos en la etapa anal: uno más primitivo caracterizado por el sadismo y el deseo de destruir y expulsar el objeto, y otro posterior en que prevalece el deseo de conservarlo, retenerlo y controlarlo. En la melancolía se produce una regresión al primer periodo, en que el sujeto expulsa al objeto, mientras que en la neurosis obsesiva la regresión es al segundo, en que el objeto es conservado.

Según M. Klein, el niño ya experimenta en la primera infancia estados mentales comparables al duelo del adulto, que se reactivarán en cada proceso de pérdida posterior.

El niño experimenta sentimientos depresivos en el momento del destete, lo que M. Klein denomina posición depresiva y que ya posee en estado incipiente la estructura de la melancolía. El objeto perdido es el pecho materno y todo lo referido a él: amor, bondad y seguridad. El niño cree que esa pérdida es producto de su propia voracidad y de sus impulsos destructivos hacia el pecho materno. La sensación de ser amado por los padres y el sentimiento de confianza que le confieren, ayudará a que el niño pueda vencer su depresión.

La melancolía del adulto, es para M. Klein, el resultado de no haber podido resolver adecuadamente la posición depresiva durante la infancia10.

Lacan considera que la pérdida del objeto amado provoca un agujero en lo real. El trabajo del duelo consiste en la «representación simbólica», la puesta en juego de todos los elementos signi-ficantes (función a la que sirven los rituales funerarios) para «hacer frente al agujero creado en la existencia». Cuando ese vacío no puede simbolizarse, estructurarse en forma de significante, la ausencia (elisión) de tales elementos de la cadena significante provoca que el objeto perdido, la persona amada, reaparezca en el plano imaginario en forma de espectro o ilusión11,12.

Nasio entiende la melancolía como resultado de una identificación del yo con la imagen global del objeto perdido, es decir, el resultado de una identificación con algo que va más allá de un rasgo concreto del objeto o una imagen local o parcial de éste. En la identificación del yo con la imagen global del objeto perdido «el yo reproduce con fidelidad los perfiles y los movimientos de aquel que lo abandonó, y de esta manera se convierte en el igual de su imagen total. Como ejemplo Nasio recuerda el caso mencionado por Freud y descrito anteriormente del niño que al morir su gato adopta el comportamiento de un gato, y considera que tal proceso sólo puede ser explicado a partir del narcisismo: «La imagen del objeto amado, deseado y perdido, que el yo triste hace ahora suya, es en realidad su propia imagen a la cual había investido como si fuera la imagen del otro». Nasio retoma la célebre frase de Freud en relación al proceso de identificación del yo con el objeto perdido en la melancolía y la completa del siguiente modo: «la sombra del objeto amado, deseado y perdido, su imagen y al mismo tiempo imagen del yo, cae sobre el yo, lo recubre y lo disuelve [...] Más bien que disolverlo, habría que decir que la sombra del objeto divide al yo en dos partes, una parte fuera de la sombra —llamada superyo— que se desencadena contra la otra parte que quedó en la sombra, identificada con el objeto perdido»13.

 

4. Algunos ejemplos clínicos

Ana, 30 años

«Mi padre murió hace poco de un ataque al corazón. Llegué a la casa donde él vivía con su madre, mi abuela. Estaba muerto en el suelo y mi abuela llorando a su lado.

Mi madre lo abandonó cuando yo tenía cuatro años, de repente, dejándole una nota en la mesa. Tuve que irme con ella. Mi padre era alcohólico y pudo ser eso lo que llevó a mi madre a dejarlo y a que finalmente muriera.

No duermo, tengo pesadillas, sueño que veo a mi padre muerto en el suelo del comedor. Sueño que se levanta y que me echa en cara que nunca lo he querido y que nunca lo he apoyado. Me siento culpable de no haberlo entendido, de no haberlo tratado como un enfermo. Mi padre era una persona maravillosa, buena persona. Era muy abierto y sociable. Le gustaba mucho la filosofía. Creo que yo tenía mucho que aprender de él. Pero mientras vivió nunca lo valoré, no aproveché las cosas buenas que tenía. Al contrario, le reprochaba cuanto hacía. Ahora esos reproches me están doliendo a mí, seguramente como entonces le dolieron a él. Recuerdo amargamente todo cuanto yo lo reprochaba. En lugar de darle moral para seguir adelante lo que hice con mis reproches es hundirle más».

Ana explica que las mismas palabras que ella utilizaba para recriminar a su padre ahora se han transformado en remordimientos, lo que ilustra muy claramente la célebre frase de Freud «la sombra del objeto recae sobre el yo» en relación a la melancolía. Bajo esta fórmula se puede sospechar que Ana sigue recriminando algo a su padre, ahora identificado al propio yo de Ana.

 

Ernesto, 25 años

El caso de Ernesto sirve para ilustrar la definición de Nasio expuesta anteriormente acerca de la melancolía, que la entiende como una identificación a la imagen global del objeto perdido.

Ernesto consulta derivado por el médico de cabecera por presentar una serie de temores de tipo hipocondriaco. En su primera visita explica que se ha sentido invadido por sensaciones de ahogo, punzadas en el corazón y la parálisis del brazo izquierdo. Tales síntomas surgieron de manera intensa algunos meses antes coincidiendo con una nueva responsabilidad que había adquirido en su trabajo, responsabilidad que asumió con satisfacción pero que le enfrentaba a la actitud poco colaboradora de algunos de los empleados que ahora estaban a su cargo. No obstante, Ernesto cree que esos síntomas de carácter somático pueden tener que ver con tres sucesos importantes que ocurrieron en los últimos 18 meses: la muerte súbita de un amigo íntimo tres años más joven, la trombosis cerebral que había afectado gravemente a un familiar próximo y el infarto de miocardio de otro familiar, importante consumidor de tabaco. Ernesto, fumador también, reconoce el miedo a padecer alguna de aquellas enfermedades. Habla de su amigo: «Murió de repente, teniendo buena salud. Supe de su muerte por otro amigo. Lloré mucho. De pequeños íbamos siempre juntos. Solía ir a buscarlo a su casa y él venía a la mía. Antes de morir los dos jugábamos en el mismo equipo de balonmano. Creo que después de un año y medio ya tengo superada la idea de su muerte pero cuando veo a sus padres por la calle tengo que desviarme para no encontrarme con ellos. No podría soportar hablar con ellos. Sé que me pondría a llorar y me hundiría, y también les hundiría a ellos. Si me vieran sé que les recordaría a su hijo.»

Ernesto consulta por una serie de temores de tipo hipocondriaco surgidos tras la muerte súbita de un amigo íntimo, y la enfermedad cardiaca de dos familiares. Con sus síntomas, probablemente de naturaleza conversiva, reproduce los signos de un infarto: ahogo, dolor torácico y parálisis del brazo izquierdo. Y con sus palabras verbaliza el temor de que los padres de su amigo muerto le confundan imaginariamente con su hijo desaparecido. Sin duda Ernesto, con dificultades para aceptar la pérdida de su amigo, ha establecido una identificación con la imagen de aquél, hasta el punto de reproducir los síntomas anunciadores de una muerte repentina.

 

Clara, 53 años

Tras fallecer su hijo en un accidente de tráfico, Clara queda sumida en un profundo estado de depresión. Su único deseo es dormir. Duerme mucho; no tiene pesadillas. Cuando no duerme permanece tendida en la cama de su habitación, el único lugar donde dice sentirse tranquila. Hace años que se separó de su esposo y tras el fallecimiento de su hijo vive sola. Está de baja laboral. Durante los dos años siguientes a la muerte de su hijo Clara ha realizado diversos ingresos psiquiátricos, alguno de más de seis meses, debido al cuadro de profundo desvanecimiento emocional y ausencia de contacto social. Excepto en los períodos de hospitalización, en los que Clara ha podido recuperar su apetito, su única dieta diaria ha sido leche con galletas. Cualquier otro alimento le ha producido sensación de rechazo.

Algo parecido al ejemplo clínico expuesto anteriormente al citar a Abraham le ocurre a Clara. En su estado melancólico los alimentos sólidos le producen inapetencia. Sin duda la trágica muerte de su hijo puede haberle despertado sentimientos de intensa e insoportable rabia. Atendiendo a la hipótesis de Abraham se puede interpretar la dieta de Clara como una defensa inconsciente ante su propia hostilidad simbolizada en el acto de morder.

 

Juan, 54 años

Juan consulta por su actitud de apatía ante todo. Pocos meses antes había muerto su madre y cinco años antes, su padre. Pero fue la muerte reciente de la madre lo que le ocasionó un sentimiento profundo de soledad. También recientemente habían muerto dos amigos íntimos, uno de ellos por una enfermedad fulminante y el otro por un cáncer de larga evolución. El mismo año que murió el padre, recibe la noticia que una chica con la que había salido después de la separación matrimonial y con la que aún continuaba la amistad, se había suicidado.

Juan se separó hace diez años y poco después, sin avisarle de lo que pretendían hacer, su ex esposa y las dos hijas se fueron a Canadá, lugar natal de la ex esposa, dejándole una nota de despedida. Desde entonces no ha tenido más contacto con la hija pequeña. A las cartas que él le envía ella no le contesta. La hija mayor ha regresado en alguna ocasión e intentado vivir con él pero ante la difícil relación entre ambos decidió volver con la madre. La partida de la hija mayor por segunda vez es el acontecimiento que precipita la consulta de Juan.

Juan trabaja como comercial en una delegación de una empresa de ámbito nacional. Su función es confeccionar proyectos para empresas, pero hace más de un año que no ha conseguido vender ninguno, según explica, porque el precio que ponen a sus proyectos desde la oficina central es excesivo. No obstante, percibe un pequeño sueldo mensual por parte de la oficina central que le permite costear los gastos domésticos. Reconoce que podría intentar tener una actitud más activa con su trabajo y que eso repercutiría en mayores ingresos, pero le cuesta mucho. Años atrás, esta misma actividad profesional le había suministrado una importante renta mensual. En la actualidad solamente hay una actividad que a Juan le place realizar y a la que dedica muchas horas: cuidar el jardín de la casa donde vivían sus padres; paradójicamente, en su propio jardín crecen las hierbas y no le dedica ningún tipo de cuidado.

Las continuas pérdidas y alejamientos de las personas que amaba han podido conducir a Juan a un estado de pasividad general y melancolía. Juan explica que a su madre le gustaba mucho cuidar el jardín. Ahora, es lo único que a él le apetece hacer. Su propio jardín lo tiene descuidado, lo que demostraría que el interés por cuidar el jardín de sus padres y no el suyo corresponde a un acto de identificación con la ma-dre recientemente fallecida y que tanto echa en falta.

 

5. A modo de conclusión

Los ejemplos clínicos ilustran la hipótesis freudiana que entiende la melancolía como el resultado de un pro-ceso de identificación con el objeto perdido. Por un lado observamos que el sujeto incorpora para sí rasgos que eran propios de la persona amada y perdida, y por otro que tal identificación es la responsable del dolor que caracteriza la depresión.

El psicoanálisis propone indagar en la vida del paciente para saber acerca de sus síntomas. Los trabajos de los diversos autores citados en este artículo sugieren la necesidad de profundizar en las experiencias de pérdida y separación que el paciente han ocurrido antes de la aparición del cuadro depresivo y en los sentimientos ambivalentes, es decir, de afecto por un lado y hostilidad por otro, hacia aquello que se ha perdido.

 

BIBLIOGRAFÍA

 1.   Freud S. «Psicología de las masas y análisis del yo» (1921), Obras Completas, Amorrortu Editores, Buenos Aires 1989.

 2.   Freud S. «El yo y el ello» (1923), Obras Completas, Amorrortu Editores, Buenos Aires 1989.

 3.   Ferenczi S. «Psicología colectiva y análisis del ego de Freud» (1922), Psicoanálisis III, Espasa Calpe S.A., Madrid, 1981.

 4.   Klein M. «Sobre le identificación» (1955), Obras Completas, Paidós, Barcelona, 1988.

 5.   Lacan J. «Función y campo de la palabra en el lenguaje», Escritos I, Siglo veintiuno editores, Madrid, 1998.

 6.   Lacan J. «El estadio del espejo como formador de la función del yo», Escritos I, Siglo veintiuno editores, Madrid, 1998.

 7.   Strachey J. «Nota introductoria», en Freud S. «Duelo y melancolía» (1917), Obras Completas, Amorrortu Editores, Buenos Aires 1989.

 8.   Freud S. «Duelo y melancolía» (1917), Obras Completas, Amorrortu Editores, Buenos Aires 1989.

 9.   Abraham K. «Un breve estudio de la evolución de la libido, considerada a la luz de los trastornos mentales» (1924), Obras escogidas, RBA, Barcelona, 2006.

10.   Klein M. «El duelo y su relación con los estados maníaco-depresivos» (1940), Obras completas, Paidós, Barcelona, 1989.

11.   Lacan J. Le désir et son interprétation; Séminaire 1958-1959, Seminario inédito.

12.   Baravalle G; Edwards M; Grisolia A. «Seminario psicoanalítico: deseo, transferencia e interpretación», en el marco de la Fundación Europea para el Psicoanálisis, Barcelona 2005-2006.

13.   Nasio JD. Enseñanza de 7 conceptos cruciales del psicoanálisis, Gedisa, Barcelona, 1998.

 

AGRADECIMIENTOS

Agradezco a Graziella Baravalle la supervisión de este artículo y al Comité de Asesoramiento Científico de Informaciones Psiquiátricas sus indicaciones y sugerencias.

 

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