Informaciones Psiquiátricas - Cuarto  trimestre 2008. Número 194

Nuevos problemas en la rehabilitación psicosocial

 

Francisco del Olmo Romero-Nieva

Psiquiatra. Director Médico Clínica San Miguel, Hermanas Hospitalarias, Madrid.

 

Recepción: 14-11-08 / Aceptación: 21-11-08

 

RESUMEN

Se revisan los retos y dificultades que suponen a la red de tratamiento y rehabilitación psiquiátricas la emergencia de poblaciones de personas con trastornos graves de personalidad, y trastornos mentales graves que coexisten con abuso («diagnóstico dual»), o con retraso mental («doble diagnóstico»).

Palabras clave

Rehabilitación psicosocial. Trastornos de personalidad graves. Abuso de sustancias. Retraso mental. Diagnóstico dual; doble diagnóstico.

 

ABSTRACT

The challenges imposed to the psychiatric care and rehabilitation network by three new populations are reviewed: severe personality disorders, and severe mental disorders that cooccur with substance abuse (dual diagnosis) or mental handicap (double diagnosis).

Keywords

Psychosocial rehabilitation. Severe Personality disorders. Substance abuse. Mental handicap. Dual diagnosis. Dou-ble diagnosis.

 

1. INTRODUCCIÓN

El concepto de rehabilitación psicosocial se basa en los derechos del enfermo mental a la ciudadanía, integración en la comunidad, autonomía, normalización e individualización. De acuerdo con una de las definiciones más influyentes, la «rehabilitación psicosocial ayuda a las personas con discapacidades psiquiatrías a largo plazo a incrementar su funcionamiento, de tal manera que tengan éxito y estén satisfechas en el ambiente de su elección, con la menor cantidad de intervención profesional posible» (Anthony y cols, 1990, citado en Fernández Aguirre, 1997).

El destinatario de la rehabilitación psicosocial es el enfermo mental crónico, definido por tener:

1.   Un diagnóstico psiquiátrico.

2.   Evolución crónica.

3.   Deterioro, discapacidad y minusvalía asociadas.

El paradigma de enfermo mental crónico es la persona afectada por una psicosis esquizofrénica, por lo que la rehabilitación psicosocial ha ido conformando su estilo a esta patología, creando modelos de enfermedad, como el de vulnerabilidad-estrés. Sin embargo, la definición de enfermo mental crónico no está condicionada por el diagnóstico, sino por la discapacidad y cronicidad, que se convierten en los objetivos principales de la población, lo que implica el que sea una población altamente heterogénea clínicamente.

En los últimos años están emergiendo nuevas poblaciones de personas con distintos diagnósticos o con una suma de ellos que plantean retos a la red de atención y rehabilitación en salud mental por la complejidad de sus necesidades y la necesidad de hacer modificaciones al modelo de atención. En el presente trabajo me propongo describir tres poblaciones con características especiales por su complejidad, dificultad de manejo y consumo de servicios, y cuyas necesidades pueden no estar debidamente atendidas de acuerdo con el modelo actual. Dichas poblaciones con:

1.   Personas con trastornos graves de personalidad.

2.   Personas con trastornos mentales graves (generalmente psicosis crónicas), que coexisten con abuso o dependencia de sustancias («diagnóstico dual»).

3.   Personas con retraso mental y enfermedades psiquiátricas graves («doble diagnóstico»).

Para cada una de estas poblaciones clínicas, se intentará en primer lugar cuantificar el problema, por medio de un análisis de la prevalencia y la afectación funcional; segundo, aplicando el paradigma de la rehabilitación y atención comunitaria, se revisarán distintos modelos y componentes de la atención con un análisis de su efectividad contenido en la literatura más importante, tratando de sugerir direcciones de desarrollo o interrogantes para el debate. Por último, se describirá la situación en nuestro medio, y las tendencias de cambio.

 

2. REHABILITACIÓN PSICOSOCIAL DE PERSONAS CON TRASTORNOS DE PERSONALIDAD GRAVES

2.1. Prevalencia e importancia clínica de las personas con Trastornos Graves de Personalidad

Previamente a exponer cualquier consideración acerca de la rehabilitación psicosocial de las personas con Trastornos de Personalidad (TP) es necesario hacer una consideración obvia pero necesaria, esto es, que los TP son Trastornos Mentales. Éstos se definen, en la CIE-10, como «un grupo específico de síntomas psicológicos y conductas asociado con malestar significativo e interferencia con el funcionamiento social». Más específicamente, el criterio C del diagnóstico de TP en la DSM-IV señala como condición necesaria que «producen angustia clínicamente significativa o deterioro a nivel social, laboral u de otras áreas importantes de funcionamiento». Este posicionamiento implica dos cosas, más allá de cualquier consideración en torno a la etiología y modelo de los TP, más o menos médico o psicosocial. En primer lugar, la inclusión como trastornos mentales, nos obliga a hablar de «tratamiento» de los síntomas psicológicos y de las conductas de los TP, lo que ha producido una avalancha de literatura en los últimos años, sobre todo en relación a tratamientos psicoterapéuticos y psicofarmacológicos. En segundo lugar, y esto es más novedoso, el deterioro en el funcionamiento social de las personas con TP da todo el sentido a hablar de rehabilitación psicosocial, o de estrategias que vayan dirigidas a mejorar dicho deterioro.

De hecho, estamos hablando de trastornos que provocan una gran carga socio-sanitaria. La tasa de prevalencia de los TP varía según estudios entre el 6,7 y el 14,8% de la población general. Estudios recientes muestran que las personas con TP tienen de manera general, más deterioro funcional que aquellas que sufren depresión. Más específicamente, las personas con TP de tipo Esquizotípico o Límite funcionan socialmente peor que aquellas diagnosticadas de TP Evitativo, y éstas peor a su vez, que personas con depresión o TP obsesivo-compulsivo. (Skodol y cols, 2002).

Dentro de los TP, el tipo Límite es tal vez el más representativo cuando hablamos en términos clínicos: su prevalencia en la comunidad es de un 1,6%, y son grandes consumidores de servicios clínicos, constituyendo un 10% de los pacientes atendidos en los CSM y un 20% de los ingresados. Además, un 50% de ellos sufre algún trastorno mental del Eje I, y entre un 3-8% terminan suicidándose. (Pérez Urdaniz, 2004). Esta gravedad, su omnipresencia clínica, el deterioro de funcionamiento, y la dificultad de tratamiento hacen, de hecho, que cuando hablemos de tratamiento y rehabilitación de TP, estemos pensando, casi siempre, en este subgrupo.

A pesar de dichas dificultades respecto al TP límite, que lo han convertido en la «estrella» de los TP, en los últimos años, dos evidencias esperanzadoras van consolidándose: en primer lugar, que el pronóstico a largo plazo es mejor de lo que se creía, con importantes tasas de «remisión diagnóstica» a lo largo del tiempo; y en segundo lugar, que buena parte de esa remisión puede ser debida a la aplicación cada vez más frecuente y sistemática de modalidades de tratamiento efectivas (Fonagy, 2006).

2.2. Principios generales de tratamiento y rehabilitación de personas con TP

Podemos exponer un número de facetas generales del manejo de personas con TP que merecen consideración previamente a cualquier plan rehabilitador (Bateman y Tyrer, 2004):

–  Evaluación. La evaluación de la personalidad debe formar parte rutinaria de todo proceso diagnóstico psiquiátrico, por medio de la evaluación rutinaria de cuatro dominios: síntomas, experiencia subjetiva, función interpersonal y función social. La evaluación del funcionamiento social es minimizada con frecuencia en el diagnóstico de personas con TP, aunque es imprescindible si se quiere diseñar un plan de rehabilitación, y debe incluir las áreas habituales de habilidades sociales, funcionamiento en roles domésticos y habilidades instrumentales, funcionamiento académico y laboral y apoyos sociales, económicos y residenciales. Además, deben valorarse los probables trastornos psiquiátricos asociados (incluyendo hábitos tóxicos y alimentarios) y los posibles riesgos (antecedentes y pensamientos de auto y heteroagresividad). Dicha valoración personal, de manera habitual, debe complementarse con una entrevista con un informante. Toda la valoración debe servir, en primer lugar, para formar una formulación del caso que sea comprehensiva y comprensible para el paciente y el evaluador.

–  Alianza contractual. La alianza de trabajo entre el paciente y el equipo tratante es la clave de un tratamiento exitoso, y aunque es un proceso fluctuante y a mantener durante todo el tratamiento, durante la fase de planificación depende de varios factores. En primer lugar, de la adopción de objetivos concretos y a corto plazo, incluidos dentro de un plan general de tratamiento, que defina claramente aspectos como el programa a usar, el encuadre, papeles de profesionales, conducta a seguir ante crisis, etc, utilizando si es posible, reglas escritas. En segundo lugar, son importantes para el cumplimento, como en otras personas con trastornos mentales graves, el asegurar tanto un suficiente apoyo social (por ejemplo, residencial o económico) como la accesibilidad de los servicios.

–  Consistencia y constancia. La conocida capacidad de los pacientes con TP de dividir equipos puede minimizarse con la coordinación entre el personal, la claridad de los papeles, y la intervención de un número reducido de personas y con pocos cambios.

–  Entrenamiento y supervisión. Las características personales de los terapeutas son tan importantes, que se puede afirmar que no todo el mundo vale para tratar personas con TP. Estilos con excesivo control o implicación, por ejemplo, pueden ser contraproducentes, y las demandas interpersonales de los pacientes, extenuantes o provocadoras de reacciones contratransferenciales, lo que hace imprescindibles el entrenamiento y la supervisión de los terapeutas.

–  Manejo de crisis y riesgos: uso de la hospitalización breve. Aunque está muy extendida la idea de que la hospitalización es inefectiva, puede ser contraproducente y debe mantenerse tan infrecuente y breve como sea posible, los expertos en el tema insisten en que su uso indicado y juicioso puede ser beneficioso (Fagin, 2004). En primer lugar, parte de los problemas de manejo en la hospitalización pueden deberse a la mala adaptación de los servicios actuales a las personas con TP, al descuidar aspectos como el ambiente terapéutico de la unidad. En segundo lugar, existen indicaciones para la hospitalización breve como las intervenciones en crisis por riesgo hacia sí mismo o a otros, el tratamiento para trastornos comórbidos, estabilización de medicación o revisión diagnóstica o del plan de tratamiento. En tercer lugar, los ingresos deben ser breves, de tiempo limitado y con objetivos concretos. En último lugar, algunos estudios sugieren que una política excesivamente restrictiva con la hospitalización puede ser perjudicial para el funcionamiento de pacientes y aspectos relacionados con conductas peligrosas (Tyrer y cols 1994).

2.3. Modelos, niveles y modalidades del tratamiento y rehabilitación de personas con TP

Los modelos de tratamiento dependen del número y especialización de los terapeutas. El modelo de único terapeuta, encargado de la gestión del caso y de los tratamientos farmacológico y psicoterapéutico, sólo sería suficiente, de manera general, para los TP leves, de tipo C habitualmente (o con funcionamiento de tipo «neurótico»). Para los TP graves, es aconsejable utilizar la división de funciones con coordinación entre profesionales (o en terminología de Gunderson, el «principio de tratamiento escindido»). Una forma simple de esta división consistiría en un especialista responsable, gestor de caso y generalmente prescriptor, que se coordina, bien con un terapeuta o con una serie de éstos o de servicios tratantes, dependiendo de las necesidades del paciente. Un subtipo mas avanzado es el equipo interdisciplinar, especializado en TP, encargado de proveer de todos los servicios. (Bateman y Tyrer, 2004).

En cuanto a los niveles de atención, cada vez está más claro, que la organización del tratamiento y la rehabilitación de las personas con TP graves, debe constituirse en un tratamiento en red , multicomponente y con continuidad de cuidados, organizado en niveles de atención que configuran una secuencia lineal de más restrictivo (hospitalización) a menos (ambulatorio), cada uno de tiempo variable, dependiendo de las necesidades del paciente y la disponibilidad de servicios en el territorio, y cada uno orientado a diferentes problemas jerárquicamente dispuestos: conductas, síntomas, funcionamiento y afectos. El modelo de este tipo más conocido es el de Gunderson (2002), que incluye cuatro niveles consecutivos, que engloban diferentes modalidades de tratamiento:

–  Nivel IV. Hospitalización.

–  Nivel III. Tratamiento residencial (Comunidad Terapéutica) u Hospital de Día.

–  Nivel II. Servicios Ambulatorios Intensivos: que engloban la Terapia Conductual-Dialéctica, y el Tratamiento Asertivo comunitario.

–  Nivel I. Tratamiento Ambulatorio: psicoterapia individual, grupal y psicoeducación.

2.4. Modalidades de tratamiento socioterapéutico o rehabilitadoras

Las dos modalidades de tratamiento más frecuentemente usadas en la clínica para los TP, la psicoterapia individual de corte dinámico y la psicofarmacología, dirigen su atención preferentemente, hacia los síntomas subjetivos y conductuales, y a las bases psicológicas y biológicas que los sustentan. Sin embargo, estas modalidades, aunque importantes, pasan por alto la significativa contribución que pueden hacer las modalidades más rehabilitadoras, que van dirigidas de forma más directa al deterioro social y a los problemas de adaptación social, cuestiones que requieren de un modelo de rehabilitación psiquiátrica (Links, 1993). Como modalidades de tratamiento con un fuerte componente rehabilitador, encontramos: la comunidad terapéutica, el hospital de día, el tratamiento asertivo comunitario y las socioterapias ambulatorias guiadas por manuales y diseñadas específicamente para el TP límite, esto es, la terapia conductual dialéctica, la terapia familiar psicoeducativa, y la terapia de grupo interpersonal.

Una definición general de Comunidad Terapéutica es la de un «programa o ambiente social diseñado expresamente en el que los procesos sociales y grupales son manejados de forma terapéutica, siendo la comunidad el principal instrumento terapéutico. Generalmente el término describe comunidades pequeñas y altamente cohesivas donde los pacientes tienen una participación significativa en la toma de decisiones y en las tareas cotidianas de la unidad, estando estructuradas de tal manera que fomentan la responsabilidad personal y evitan la dependencia de profesionales» (Campling, 2001). Estos programas oscilan entre servicios residenciales especializados (generalmente llamadas comunidades terapéuticas en sentido estricto), y otros más hospitalarios que, a-de-más del ambiente terapéutico, utilizan programas clínicos y abordajes rehabilitadores.

Existe cierta controversia con el coste y los riesgos de institucionalismo de las comunidades terapéuticas, aunque que un estudio reciente (Proyecto Cassel de Trastornos de Personalidad: Chiesa y cols, 2004), arroja cierta luz sobre su uso y su papel en la red de servicios. Se compararon tres programas: comunidad terapéutica durante 12 meses; comunidad terapéutica durante 6 meses, seguida de tratamiento ambulatorio moderadamente intensivo (grupo y supervisión semanal); y un tratamiento ambulatorio general (supervisiones mensuales). El primer grupo mostró una mejoría moderada en síntomas y función global y social, sin cambio en la tasa de reingresos e intentos suicidas. El segundo grupo mostró una mejoría en todas las variables, siendo el más efectivo. Por último, el grupo ambulatorio estándar sólo mostró una ligera mejoría en reingresos e intentos. Estos resultados muestran que la comunidad terapéutica de larga estancia y aislada de la red, puede mejorar síntomas a expensas de provocar cierta dependencia del hospital, mientras que la de tiempo intermedio, siempre que esté integrada en un programa de continuidad de cuidados suficientemente intensivo, puede ser muy efectiva.

El Hospital de Día es considerado por muchos clínicos expertos como uno de los servicios centrales y específicos en el tratamiento y rehabilitación para las personas con TP. Esto ha venido confirmándose por diferentes autores, aunque hay que señalar, por influyente, el estudio de Bateman y Fonagy (2001), en el que comparaban pacientes tratados en un Hospital de Día, de orientación dinámica aunque con componentes rehabilitadores, y tratamiento ambulatorio estándar. El primer grupo conseguía una mejoría en variables sintomáticas, sociales (medidas por la SAS), reingresos, autoagresiones y de utilización de servicios, que se mantenía y ampliaba en el seguimiento de 18 meses, y era de la suficiente magnitud para producir un ahorro de 12.000 dólares al año.

El Tratamiento Asertivo Comunitario es un programa de intervenciones dirigidas a mantener en la comunidad y mejorar el funcionamiento de personas con trastorno mental severo. Suele consistir en un grupo interdisciplinar, con alto ratio de personal, que provee de tratamiento, rehabilitación y apoyo prolongados, intensivos e in situ, y que ha demostrado gran efectividad en personas con psicosis crónicas. Aunque no hay estudios específicos para personas con TP, el reanálisis de estudios generales sugiere que puede ser también efectivo en cuanto a rehospitalizaciones, algo menos en funcionamiento social, y menos en autoagresiones y conducta impulsiva, lo que puede aconsejar modificaciones en la provisión del tratamiento que aborden específicamente la regulación de impulsos. (Links, 1998).

La Terapia Conductual Dialéctica (TCD) puede considerarse como un tratamiento ambulatorio intensivo, puesto que en su aplicación estándar consiste en una sesión de una hora semanal de terapia individual, un grupo semanal de habilidades de unas 2,5 horas de duración, junto a coordinación entre profesionales y acceso a llamadas urgentes. La efectividad de esta intervención ha sido de las más estudiadas, lo que, junto al carisma de sus proponentes, la ha convertido en una de las más conocidas. La literatura parece indicar que la fortaleza de la TCD estriba sobre todo en la importante reducción de las conductas suicidas y las hospitalizaciones, sobre todo en aquellos más afectados en dichas áreas (Verheul, 2003). La efectividad es menor en cuanto a la función global y menor en cuanto a los síntomas subjetivos emocionales, lo que puede hacer pensar en su utilidad como preparador necesario previo a intervenciones rehabilitadoras o dinámicas, respectivamente.

En los últimos años se están proponiendo intervenciones familiares, que, de manera similar a las utilizadas con enfermos esquizofrénicos, utilizan terapias familiares psicoeducativas, con un modelo cuasi-médico y de déficit de la patología, y con un abordaje de resolución de problemas. Aunque no hay datos al respecto, es de esperar que estos abordajes complementen otras intervenciones asegurando la colaboración familiar y la adaptación del paciente a su familia. (Gunderson, 2002).

Otra intervención que intenta abordar de manera específica la adaptación social es la terapia de grupo, especialmente aquella con abordaje interpersonal. Aunque todavía con poco apoyo empírico, la intuición clínica y algunos datos sugieren que podría tener un papel socializador importante a nivel ambulatorio, y que constituiría una secuela o alternativa a los grupos de habilidades sociales de la TCD. En este sentido, en caso de conducta disruptiva previa, se aconseja utilizar previamente los niveles de tratamiento III o IV, o bien la TCD, más efectivos para esto, pero que harían difícil de manejar la terapia de grupo. (Marziali y Munroe-Blum, 1994).

2.5. Situación del tratamiento y rehabilitación en nuestro medio de personas con trastornos de personalidad graves

Tradicionalmente, las personas con TP son tratadas en todos los niveles de la red de Salud Mental y rehabilitación, aun-que de manera descoordinada, y con falta de formación y recursos por parte de los profesionales, lo que provoca un gran consumo de recursos inadecuados, causando sufrimiento, inefectividad y cansancio profesional. De manera general, tal vez sea en los Hospitales de Día donde se lleva a cabo el tratamiento más integral de estas patologías, aunque no todos están preparados para ello, ni generalmente existe una continuidad de cuidados a través de la red general.

En los últimos años se están empezando a proponer algunas iniciativas aisladas como estrategias de coordinación y continuidad de cuidados, programas específicos dentro de dispositivos de tratamiento y rehabilitación (como en el CRPS de Arganda) o unidades específicas que engloban tratamiento ambulatorio y hospitalización, como la Unidad de Trastornos de Personalidad de Zaragoza (Rubio, 2004).

En la Comunidad de Madrid, el Plan de Salud Mental 2003-2008 contempla la creación de tres unidades suprasectoriales llamadas Comunidad Terapeútica Hospitalaria, una de ellas actualmente funcionando en régimen de concierto en la Clínica de San Miguel, y dos en proyecto en el Instituto Jose Germain y en el Hospital Rodríguez Lafora, respectivamente. Estas unidades proveen atención especializa-da hospitalaria de media duración (6 meses), voluntaria, con tratamiento integral e intensivo, con un enfoque psicoterapéutico. De manera complementaria, un grupo de trabajo está diseñando un progra-ma de continuidad de cuidados específico, aplicable a cada área, que integrará los diferentes servicios en la provisión de tratamiento y rehabilitación a esta población.

 

3. REHABILITACIÓN PSICOSOCIAL DE PERSONAS CON TRASTORNOS PSIQUIÁTRICOS CRÓNICOS Y ABUSO DE DROGAS

3.1. Introducción: prevalencia, hipótesis explicativas y consecuencias de la patología dual

La incorporación de las personas con enfermedad mental grave a la comunidad ha incrementado el número de consumidores de sustancias en esta población, al menos de igual manera a como lo ha hecho en la población general. Los estudios epidemiológicos (p. ej., el ECA) estiman que en los pacientes con esquizofrenia, el riesgo de presentar un trastorno por uso de sustancias a lo largo de la vida es 4,6 veces el de la población general, siendo las sustancias más consumidas, tras la nicotina, el alcohol (3,6 veces mayor) y el cannabis (5 veces). (San, 2004).

Desde un punto de vista principalmente neurobiológico, las hipótesis que explicarían esta asociación son dos: en primer lugar, la hipótesis de la automedicación, por la que los usuarios consumen drogas para tratar de mitigar síntomas desagradables, sobre todo los síntomas negativos, la disforia y los efectos secundarios de la medicación, lo que explicaría, por ejemplo el mayor abuso relativo de cocaína (13 veces) en personas con esquizofrenia. La segunda teoría postula que la sustancia es la causa, o mejor, el factor predisponente de la psicosis, especialmente en población vulnerable (San, 2004).

Sin embargo, algunos hechos contradicen estas teorías, y justifican una visión más psicosocial de la relación entre ambos trastornos. En primer lugar, los estudios epidemiológicos no son consistentes, encontrándose gran variedad de cifras dependiendo de la metodología y del entorno local (variabilidad que también se da en la población general). Algunos estudios hallan cifras parecidas de uso de sustancias a la de la población general (ya de por sí altas en nuestro entorno), y existe consenso de que los factores de riesgo son similares: adultos jóvenes, sexo masculino, desempleo, bajo nivel educativo, historia de personalidad antisocial, trastornos de conducta y problemas familiares. Además, no parece haber asociaciones epidemiológicas entre trastornos o síntomas y drogas específicas, lo que parece indicar que «la respuesta a una droga es heterogénea entre los diferentes individuos y no todas las drogas tienen efectos patológicos sobre síntomas específicos» (Dixon, 1991, citado en Fernández, 2002, pag 600). Por último, se constata que a menudo, los pacientes con uso concomitante de sustancias muestran igual o mejor ajuste premórbido y un mayor número de contactos sociales que aquellas personas con esquizofrenia no usuarias de sustancias, y que el riesgo de uso aumenta un tanto tras el contacto con dispositivos de rehabilitación y la subsiguiente mejoría del funcionamiento (Drake, 1998).

Estos últimos factores, por tanto, complejizan las hipótesis anteriores con otros modelos etiológicos complementarios: En primer lugar, parece que las personas jóvenes con psicosis consumen sustancias por los mismos motivos inespecíficos que el resto de la juventud. En segundo lugar, los factores sociales pueden ex-plicar que algunas personas con esquizofrenia contactan más con subculturas más marginales con consumo habitual de drogas, que facilitan una identidad más aceptable que la de enfermo mental, y proveen más oportunidades para la interacción social. En último lugar, factores individuales explicarían que el consumo de sustancias sea mayor en aquellas personas con mejor ajuste (premórbido, o mejorado tras un proceso de rehabilitación), más sociables y por tanto con más oportunidades para la adquisición de drogas, usadas posteriormente como medio de afrontamiento del estrés (Fernández, 2002).

Haya o no diferencias de prevalencia de uso con la población general, en lo que sí están de acuerdo todos los estudios es en que el uso de drogas tiene consecuencias mucho más graves en la población con trastornos psiquiátricos crónicos. Estos presentan mayor número de conductas violentas, problemas legales y suicidios, menor tasa de remisión, mayor número de ingresos hospitalarios, mayor inestabilidad laboral y de vivienda, más enfermedades médicas, mayor utilización de servicios de urgencias, mayor sobrecarga familiar y peor adherencia y cumplimiento terapéutico, constituyendo un perfil superponible al que se ha llamado «paciente crónico adulto joven» (Fernández, 1997).

Teniendo en cuenta lo anterior, podría afirmarse que las personas con esquizofrenia que abusan de las drogas pueden representar un subgrupo con mejor pronóstico y funcionamiento a priori, pero en los que el abuso de drogas terminaría afectando adversamente al resultado global (Fernández, 2002), lo que hace que su reconocimiento y abordaje terapéutico sean tan importantes.

3.2. Rehabilitación de personas con patología dual: introducción

El abordaje terapéutico de los trastornos psicóticos asociados a abuso de drogas presenta dificultades añadidas a las supuestas al tratamiento de cada uno de ellos por separado, debidas principalmente a las interferencias entre medicación, drogas y síntomas, por lo que no hay una línea divisoria clara entre ambos trastornos, sino más bien una interacción con consecuencias mayores que la suma. Las personas con ambos diagnósticos no constituyen una categoría clínica homogénea, y no existe un programa de tratamiento claramente eficaz. Esto, unido a la tradicional separación de los servicios para toxicomanías de los servicios de salud mental, ha provocado un gran debate sobre la dificultad de establecer descripciones de tratamientos ideales.

Los tratamientos por separado de ambos trastornos se caracterizan por ser a largo plazo, con énfasis en las recaídas, motivación y adherencia, provistos por múltiples instancias coordinadas en una continuidad de cuidados, con intervenciones a varios niveles y multidisciplinariedad. Históricamente, tanto los dispositivos que atienden a personas dependientes de sustancias como los que atienden a población con trastornos mentales graves, han trabajado con el modelo de rehabilitación. Por tanto, conceptualmente, parece lógico que ambas intervenciones estén integradas en el concepto más amplio de rehabilitación psicosocial, teniendo como objetivo la intervención sobre las discapacidades y las minusvalías.

3.3. Estrategias de intervención en patología dual

En un primer nivel de análisis de la intervención, es importante distinguir entre estrategias preventivas, programas libres de drogas y programas de reducción de daño. (Fernández, 1997, 2002).

El enfoque preventivo, integrado en todas las intervenciones de los agentes rehabilitadores, es importante puesto que, como hemos dicho, las personas con enfermedad mental grave tienen similares factores de riesgo que la población general, y además las estrategias rehabilitadoras pueden aumentar el riesgo de uso de substancias al mejorar la socialización, empeorando posteriormente el pronóstico. En este sentido, la evaluación de todos los usuarios de los dispositivos rehabilitadores debe incluir de manera exhaustiva, tanto el consumo de drogas como los factores de riesgo para ello, y la «promoción de la salud» debe abordarse de manera transversal como un componente fundamental de los programas de rehabilitación.

Los programas libres de drogas son el objetivo deseable en el tratamiento de la patología dual. Se articulan en torno al abandono del consumo y el fin de la dependencia, partiendo del compromiso del paciente. Precisan para su aplicación dos condiciones: por un lado una motivación inequívoca del paciente para lograr la abstinencia (junto a condiciones como un entorno favorable, actitud ante el tratamiento, «haber tocado fondo», etc.). Por otro lado, precisan para su aplicación la existencia de dispositivos específicos o al menos con capacidad técnica de abordar los dos problemas, bien de forma integrada (en un servicio) o paralela (entre dos servicios).

Los programas de reducción de daños no tienen la abstinencia como objetivo, sino el aminorar las consecuencias del consumo. Se utilizan cuando no se cumplen alguna de las condiciones anteriores, bien por falta de motivación del paciente o de preparación técnica del servicio. Es decir, estos programas pueden y suelen ser aplicados por servicios no especializados, generalistas de salud mental. Estos programas no deberían ser una alternativa a los programas libres de drogas, sino que se plantean idealmente como una etapa transitoria para poder pasar después a una etapa donde el objetivo sea la abstinencia.

3.4. Modelos de intervención en patología dual

En un segundo nivel de análisis, y de acuerdo a la relación temporal y funcional entre el tratamiento de la psicosis y del abuso de drogas, se pueden distinguir tres tipos de modelos (Arias, 2002, Fernández 1997, 2002; Guardia, 2003):

a) Secuencial. El paciente inicia un segundo programa de tratamiento tras haber completado el primero. Este modelo puede ser eficaz cuando la intervención para el segundo trastorno puede esperar temporalmente y no se espera que el paciente presente complicaciones debido a la interacción entre ambos trastornos, y no existen demasiadas complicaciones psicosociales. Estas condiciones rara vez se dan en la patología dual con trastornos psicóticos crónicos o enfermedades mentales graves, por lo que este modelo no se considera indicado útil en esta población.

b) Paralelo. En este caso el paciente inicia dos programas diferentes para tratar por separado ambas patologías. En nuestro medio es el más utilizado debido a la separación entre las dos redes de atención, de adicciones (CAD), y de Salud Mental (SSM). Sus limitaciones vienen del hecho de que la naturaleza interconectada de ambos problemas dificulta el discernimiento del clínico para tratar uno sin abordar el otro y de que la separación puede inducir a los pacientes a reconocer sólo uno de los trastornos como problema, al estar en diferentes estadios de aceptación de ambos trastornos o por recibir mensajes con-tradictorios de los diferentes equipos. La aplicación de este modelo por tanto implica implantar un fuerte mecanismo de coordinación entre las dos redes.

c) Integrado. Dicho modelo consiste en que ambos trastornos son evaluados y tratados simultáneamente, «bajo un mismo techo» y por un mismo equipo asistencial. Debido a las limitaciones anteriores de los modelos secuencial y paralelo, el abordaje integrado se considera el modelo de elección para el abordaje de la patología dual en pacientes con psicosis crónicas. Desde la década de los 90, diversos estudios experimentales, especialmente en el medio estadounidense, han mostrado resultados espacialmente en la reducción de hospitalizaciones y consumo de drogas (Arias, 2002).

3.5. Características de los programas integrados

Los programas de tratamiento integrado para patología dual abordan de manera integrada tanto los problemas psiquiátricos como de adicción, y son provistos por un equipo multidisciplinar experto en ambos campos. Estos programas se caracterizan por ser altamente estructurados, con intervención en fases, llevados a cabo en un entorno de apoyo, libre de drogas, con estilo motivacional no confrontativo, con combinación de terapia individual y grupal, , incorporando diversas intervenciones de tratamiento y rehabilitadoras (habilidades sociales, resolución de problemas, psicoeducación), así como apoyo sociosanitario, a lo largo de una continuidad de cuidados que siga al paciente a lo largo de distintos niveles de atención, con variedad de servicios.

A continuación, describiremos algunas de las características o componentes (ver Arias, 2002; Fernández 1997, 2002; Guardia, 2002; Fernández Marcote, 2007; Negrete, 2007):

–  Integración de las intervenciones. Consiste en la integración conceptual y práctica de los principios del tratamiento de abuso de sustancias y de salud mental en un dispositivo asistencial y por todo el equipo. A nivel conceptual esto implica la aceptación de ambos paradigmas por un equipo multidisciplinar, con una visión de los problemas como mutuamente interaccionados, sin dar prioridad a uno sobre el otro. A nivel práctico, esto implica una multidireccionalidad de las intervenciones hacia ambos problemas por todos los profesionales y en todos los programas.

–  Estilo motivacional. La motivación es un componente fundamental en la intervención, y tiene como objetivo lograr la responsabilización del paciente en ambos problemas, tanto en la abstinencia de las sustancias como la adherencia al tratamiento psiquiátrico. El estilo general deberá ser de apoyo, no confrontativo, educacional y con objetivos consensuados. Como estrategias de motivación más importantes están:

  • La entrevista motivacional. Técnica muy utilizada en el campo de las toxicomanías y que se basa en la ambivalencia del individuo, se ha mostrado eficaz en esta población aplicando algunos cambios técnicos (Guardia, 2003).

  • La intervención en etapas. Basadas en los modelos transteóricos de cambio. En el abordaje de la patología dual se reconocen cuatro etapas sucesivas que guían la aplicación de las diferentes intervenciones: a) reclutamiento y retención, b) labor persuasiva o motivacional, c) fase activa de tratamiento sobre ambos trastornos y d) mantenimiento del cambio y manejo de recaídas.

  • Otras estrategias motivacionales. Oferta de servicios de apoyo (residenciales, laborales, etc), estrategias coactivas (apoyo en familia, en sistema judicial, etc), control del dinero, psicoeducación, etc.

–  Entorno libre de drogas. En principio, este concepto es distinto de la elección de estrategia con «reducción del daño» o de «abstinencia» puesto que la estrategia estará condicionada por el estadio de cambio del paciente. El diseño de dispositivos como «libres de drogas» o «seguros» implica, por ejemplo, la realización de análisis toxicológicos y el no permitir consumos en el centro o la permanencia de una persona con signos de intoxicación. En caso de infracciones reiteradas, se pueden plantear expulsiones temporales, pero nunca completas, manteniendo algún tipo de contacto durante la expulsión.

–  Continuidad de cuidados. Por medio del manejo o gestor de casos, miembro del equipo que se constituye en el referente y pretende adecuar los di-ferentes recursos a las necesidades y problemas específicos del paciente. En este sentido, satisfacer las necesidades sociales (alojamiento, dinero, etc.) pue-de ser decisivo para comprometer al paciente en el tratamiento.

–  Niveles de intensidad, que son usados según necesidad a lo largo del proceso rehabilitador, y que incluyen:

  • Hospitalización completa, que puede ser necesaria con cierta frecuencia, para la estabilización psiquiátrica, desintoxicación o clarificación diagnóstica. Dada la complejidad de los casos, se han propuesto unidades de hospitalización específicas con mayor tiempo de ingreso, especialmente para personas politoxicómanas y/o en tratamiento con metadona.

  • Tratamiento intensivo ambulatorio, con un mínimo de 9 horas de tratamiento semanal. Incluye la hospitalización parcial (Hospital de Día) o dispositivos de rehabilitación (Centros de Rehabilitación Psicosocial, Centros de Día).

  • Tratamiento ambulatorio convencional, para algunos autores insuficiente en esta población debido a su gravedad.

  • Nivel residencial, tipo comunidad terapéutica, especialmente indicado para aquellos con bajo apoyo social.

–  Intervenciones rehabilitadoras. Las intervenciones que deben formar parte del programa son, obligatoriamente, la psicoeducación (sobre el consumo de drogas, síntomas y fármacos psiquiátricos, donde el diagnóstico primario es poco relevante, considerándose que ambos trastornos son mutuamente reforzados), técnicas cognitivo-conductuales (entrenamiento en habilidades sociales, estrategias de afrontamiento, incentivos y contingencias conductuales al no consumo), técnicas de prevención de recaídas y psicoeducación familiar. El formato grupal es un componente fundamental, con una actitud no confrontativa (pues los pacientes con psicosis son altamente vulnerables a la confrontación), un estilo de apoyo y educativo. Los grupos deberían ser homogéneos para poblaciones duales y de tamaño más pequeño que en toxicomanías.

–  Rehabilitación y apoyo residencial y laboral. Se consideran indispensables, tanto para la motivación como para la reinserción social.

–  Grupos de autoayuda. Aunque recomendados por algunos autores para estos pacientes, se consideran que plantean dificultades específicas, como la dificultad interpersonal, el rechazo en los grupos, actitudes confrontativas o influencias contraproducentes, como la negación de la enfermedad mental o el rechazo de la medicación de algunos miembros del grupo. Debido a esto, se han propuesto grupos de autoayuda específicos, llamados «de doble trastorno».

–  Tratamiento psicofarmacológico. En esta población el cumplimiento farmacológico y la prevención de recaídas son fundamentales, por lo que se deben dirigir grandes esfuerzos para mantener la adherencia. Aunque no es el objetivo de esta revisión, es importante señalar que los tratamientos psicofarmacológicos tienen que adaptarse a las características de los pacientes, lo que precisa un buen nivel de conocimiento: p.ej, uso de neurolépticos atípicos, uso de metadona, precaución con el disulfiram y las benzodiacepinas, uso de estabilizadores gabaérgicos, etc (ver San 2004).

3.6. Alternativas al modelo integrado adaptadas al sistema sanitario español

Los programas integrados puros han sido desarrollados y han demostrado su efectividad en EEUU, pero no existen estudios sobre ellos en Europa. Los servicios especializados y centralizados norteamericanos podrían tener más dificultades para la integración con los servicios generalistas de salud mental o de adicciones, los equipos de atención primaria y los servicios sociales que los servicios sectorizados europeos, con riesgo de romper la continuidad terapéutica y de seleccionar pacientes menos problemáticos, siendo además más caros.

En nuestro medio, el modelo predominante de atención a personas con diagnóstico dual es el de tratamiento paralelo entre los Servicios de Salud Mental y los Centros de Atención al Drogodependiente. Dicho modelo obliga a una coordinación modélica que precisa de:

–  Acuerdos de colaboración entre instituciones.

–  Mecanismos de coordinación, como participación conjunta en reuniones como las Comisiones de Rehabilitación de Área.

–  Formación suficiente de los profesionales de salud mental en adicciones y de toxicomanías en salud mental, al menos para no enviar mensajes contra-dictorios y utilizar un mismo lenguaje, siendo el paradigma de la rehabilitación el punto de encuentro fundamental.

–  Protocolización de la atención y del sistema de derivación.

Sin embargo, salvo experiencias aisladas, el modelo actual no parece satisfactorio. Existe una gran dificultad de coordinación entre dos redes históricamen-te independientes, con servicios y equipos propios y áreas sanitarias no coincidentes, lo que produce frecuentemente un «re-bote» de los pacientes entre los dos servicios, lo que implica paradójicamente la desatención de pacientes que por su gravedad deberían ser prioritarios.

En este sentido, se han avanzado algunas propuestas de adaptación del modelo integrado a nuestro medio (sin ignorar la necesidad de coordinación entre las dos redes), que fueran fácilmente replicables y generalizables al sistema, aunque esta solución no está exenta de debate. La primera cuestión es donde se centralizaría la atención a pacientes con patología dual, lo que da cuatro posibles respuestas, no necesariamente excluyentes:

–  Servicios específicos independientes para patología dual (Comunidad de Madrid, 2003).

–  Programas incluidos en los Centros de Atención al Drogodependiente, CAD (Fernández Marcote, 2007).

–  Programas incluidos en los Servicios de Salud Mental, SSM (Arias, 2002).

–  Programas incluidos en los Centros de Rehabilitación Psicosocial de la red de Salud Mental (Fernández, 1997, 2002).

La segunda cuestión es como se llevaría a cabo la implementación de estos programas integrados en los servicios, apuntándose diversas alternativas:

–  Creación de un servicio independiente y específico, que puede ser dependiente administrativamente de una o de las dos redes de atención, aunque funcionalmente debería estar sectorizado, aplicando, tanto tratamiento y rehabilitación directos como apoyo a los servicios generalistas del área.

–  Añadir un profesional especializado y proveniente de la red de adicciones al equipo de salud mental, o bien un profesional de salud mental al servicio de adicciones.

–  Entrenar intensivamente en adicciones o en psiquiatría a todo el equipo, respectivamente, del CAD o del SSM, aunque esto es difícil debido a la presión asistencial.

–  Designar a un especialista (psiquiatra) del equipo (del CAD o del SSM) para que se haga cargo de los trastornos duales, con formación y supervisión intensiva y contactos con otros especialistas similares, para evitar el burn out.

–  Designación de un equipo multidisciplinar para diagnóstico dual dentro del servicio correspondiente para implementar un programa de tratamiento integrado. Dicho equipo podría o no dedicarse exclusivamente a los trastornos duales. Una alternativa, por ejemplo, sería que el que un equipo multidisciplinar encargado del seguimiento y rehabilitación de trastornos mentales graves (preferentemente usando el modelo de tratamiento asertivo) dentro del Servicio de Salud Mental, se pudiera encargar (tras formación y dotación de medios técnicos) del tratamiento y rehabilitación de las personas con trastornos mentales graves y dependencia de sustancias.

En la Comunidad de Madrid, el Plan de Salud Mental 2003-2008 (CAM, 2003, Pág. 95, 125 y 160) propone:

–  La creación de un grupo de trabajo para establecer mecanismos de coordinación, protocolos de actuación y estrategias de formación e investigación.

–  La creación de unidades ambulatorias específicas, llamadas Consultas Ambulatorias de Patología Dual, para el abordaje de pacientes graves. Según el Plan estas consultas se establecerían a nivel de área, sitas bien en un hos-pital general o en un CAD. Estarían compuestas por un equipo multidisciplinar (psiquiatra a tiempo total, y enfer-mero, psicólogo y trabajador social a tiempo parcial) de distinto origen administrativo (Salud Mental, Agencia Antidroga y Ayuntamiento) pero con dependencia funcional de la Gerencia de Atención Especializada del área sanitaria.

–  El Plan de Salud Mental también contempla la creación de una unidad hospitalaria de patología dual, en colaboración con la Agencia Antidroga, situada en el Hospital Psiquiátrico Rodríguez Lafora.

Por otro lado, el Instituto de Adicciones del Ayuntamiento de Madrid ha creado una Unidad de Patología Dual, que, a diferencia de los dispositivos anteriores, sí está funcionando actualmente. Se trata de una unidad de hospitalización com-pleta, voluntaria, con 23 camas, estancia entre 1 y 3 meses, con un programa estructurado y equipo multidisciplinar. Está dirigida a pacientes con trastornos psicopatológicos y adictivos que precisan hospitalización. Por último, la Agencia Antidroga de la Comunidad de Madrid también dispone de recursos residenciales (dos pisos supervisados con 7 plazas cada uno) para pacientes con patología dual.

En el momento de escribir este trabajo, no existen estudios epidemiológicos sobre patología dual en la Comunidad de Madrid, aunque está en curso un estudio auspiciado por la Asociación de Patología Dual. En este momento, no está en funcionamiento ninguna consulta de patología dual. Respecto a la unidad específica y los pisos de reinserción, si están en funcionamiento e integrados en la red de atención a drogodependientes (que agrupa al Instituto de Adicciones y a la Agencia Antidroga de la Comunidad de Madrid). El problema es que la derivación a estos recursos se realiza desde los CAD, lo que hace necesaria la implantación de mecanismos regulares de coordinación y protocolos de derivación entre la red de salud mental y de adicciones.

 

4. REHABILITACIÓN PSICOSOCIAL EN PERSONAS CON DISCAPACIDAD INTELECTUAL Y TRASTORNOS PSIQUIÁTRICOS CRÓNICOS

4.1. Prevalencia de trastornos psiquiátricos en personas con retraso mental

Las personas son retraso mental exhiben todo el rango de trastornos psiquiátricos descritos en la población general. Los estudios epidemiológicos señalan tasas de prevalencia superiores, de 30 a 50%, frente al 30% de la población general, aunque la magnitud de dicha diferencia no está clara: la prevalencia varía según el tipo de población (ambulatoria o institucionalizada), y no existen instrumentos que comparen directamente la morbilidad en población general y con retraso mental. De todas formas, y globalmente, podemos observar una mayor tasa de trastornos por abuso de sustancias, trastornos afectivos y neurosis en la población general, y una mayor tasa de psicosis, autismo y problemas de conducta en la población con retraso mental. (Simpson, 2006).

Se han propuesto muchas explicaciones posibles para la elevada prevalencia de trastornos psiquiátricos en sujetos con retraso mental, aunque no existe ninguna razón por la que esperar que tengan una etiología diferente. En general, se señala que los factores biológicos (disfunción cerebral) interactúan con factores psicológicos (déficit de inteligencia, dificultades en comunicación, déficit de capacidad de afrontamiento, fallo en adquisición de habilidades sociales y baja autoestima) y factores ambientales (problemas con los padres y cuidadores, rechazo y etiquetado y escaso acceso a los recursos sociosanitarios) (Salvador, 1995).

Los trastornos psiquiátricos y de conducta tienen un alto impacto en los sujetos con retraso mental, provocando una reducción en la capacidad de funcionamiento, limitación del proceso de integración y una necesidad de atención más intensa, debido a más hospitalizaciones y más costes de la atención.

4.2. Evaluación y diagnóstico de trastornos psiquiátricos en retraso mental

Un aspecto importante es la gran dificultad para la evaluación y diagnóstico del estado de la salud mental en personas con retraso mental, lo que limita la detección, evaluación, y la planificación del tratamiento, cuidados y rehabilitación. Esta dificultad viene determinada por cuatro tipos de problemas (Salvador, 1999).

–  Problemas atribuibles al sujeto o informador. Por distorsión intelectual (dificultad para observar y describir la propia conducta y el estado), enmascaramiento psicosocial (presentación particular de los síntomas psiquiátricos) y desintegración cognitiva (dificultades en el procesamiento de la información que pueden reflejarse como conductas extravagantes y síntomas psicóticos). Además, aparecen otras dificultades como tendencia a la aquiescencia, baja atención, sentimiento de fracaso y problemas lingüísticos y fonológicos.

–  Atribuibles al entrevistador. Por desconocimiento de los profesionales (por falta de formación o prejuicios) o ensombrecimiento diagnóstico (tendencia a atribuir al retraso mental los síntomas psiquiátricos).

-   Atribuibles al método de evaluación. Por que hasta fecha reciente no se disponía de suficientes instrumentos estandarizados (ver Salvador, 1999, para una revisión).

–  Atribuibles al sistema diagnóstico. Existe discusión sobre la falta de validez de la aplicación de los sistemas diagnósticos habituales (CIE-10 o DSM) a las personas con retraso mental, lo que ha llevado a la construcción de criterios específicos.

4.3. Tratamiento y rehabilitación de personas con doble diagnóstico

Como hemos visto, los trastornos psiquiátricos son más prevalentes en personas con retraso mental, y empeoran la discapacidad ya de por sí disminuida. Sin embargo, los trastornos psiquiátricos frecuentemente no son detectados ni tratados en esta población, debido a la dificultad de evaluación y la falta de accesibilidad a los servicios de salud mental.

En las últimas décadas, bajo la influencia de los conceptos de normalización y cohesión social, ha habido un gran desarrollo de programas de rehabilitación y reinserción social y laboral con enfoque comunitario, para personas con retraso mental, generalmente a cargo de Servicios Sociales.

De acuerdo con el mismo concepto de normalización, las personas con retraso mental son enviados a los servicios de salud mental cuando tienen trastornos psiquiátricos. Sin embargo, es probable que dichos servicios no estén preparados para atender a las complejas necesidades de esta población.

Con los programas de desinstitucionalización psiquiátrica, las necesidades de salud mental en la subpoblación comunitaria aumentaron, pero esto no llevó al incremento de recursos de salud mental comunitarios para esta población, lo que en la práctica lleva al riesgo de una nueva institucionalización. (Bouras, 2004).

Se han propuesto diferentes modelos de atención para las personas con doble diagnóstico (Bouras, 2004; Chaplin, 2004):

–  Servicios generales de salud mental. Ha sido hasta ahora el modelo predominante en la mayoría de los países, siguiendo un modelo de normalización anti-estigma, aunque recientemente hay cierta tendencia a la especialización. Es posible que este modelo pueda ser útil para personas con retraso mental ligero siempre que se aumente la formación de los profesionales y la accesibilidad de los servicios. De hecho, algunos programas como el Tratamiento Asertivo Comunitario han demostrado efectividad con esta población. Sin embargo, los servicios generales de salud mental no son capaces de abordar las necesidades complejas de la población más discapacitada.

–  Servicios especializados. Cada vez más utilizados, son equipos multidisciplinares, de nivel terciario, dependientes de Salud Mental o de Servicios Sociales. Ofrecen evaluación, tratamiento y rehabilitación de forma directa, y/o apoyo a las redes generales de Salud Mental o de Servicios Sociales. Estos servicios parecen más efectivos en personas con retraso mental más grave (CI menor de 70) o con necesidades especiales como autismo.

4.4. Situación en España de la atención en Salud Mental a personas con retraso mental (Rodríguez C, 1998)

Los servicios actualmente disponibles a nivel nacional para la atención a pacientes con retraso mental y/o enfermedad psiquiátrica son los siguientes:

–  Hospitales psiquiátricos. Según algunos estudios, como el del Defensor del Pueblo (1992), la proporción de personas con retraso mental internada en hospitales psiquiátricos es del 24 % o más de 3000 personas, aunque estos datos no incluyen hospitales penitenciarios, centros dependientes de administraciones autonómicas o instituciones privadas, lo que hace que el número esté muy lejos de la realidad. Extrapolando de otros estudios, la mayoría de ellos sufriría de algún diagnóstico psiquiátrico: 22 % trastornos psicóticos, 5,5 % demencia, 5,5 % trastornos neuróticos y 32,5 algún trastorno adicional.

Se ha señalado que la reforma psiquiátrica y la desinstitucionalización han ignorado a las personas con doble diag-nóstico de retraso mental y trastorno psiquiátrico. El informe de 1985 de la Comisión para la Reforma Psiquiátrica ni los planes de Salud Mental de las Comunidades autónomas no mencionan este grupo de población. Con el programa de desinstitucionalización, los pacientes psiquiátricos graves se realojaron en estructuras de-pendientes del sistema autonó-mico de salud, mientras que las personas con retraso mental en centros dependientes de servicios sociales, sin tener en cuenta a los sujetos con doble diagnóstico en ninguno de los dos casos.

–  Red de Salud Mental. La tendencia general en la atención a personas con doble diagnóstico es la integración en el circuito sanitario general de salud mental, con el resto de población, al igual que la asistencia sanitaria general. Sin embargo, los servicios de salud mental no cubren por entero las necesidades asistenciales de la población con retraso mental. De hecho, la existencia de retraso suele ser un criterio de exclusión para la admisión de pacientes a unidades de hospitalización psiquiátricas y dispositivos de rehabilitación. Salvo excepciones, los servicios de salud mental no han desarrollado programas específicos para la atención a esta población. En la Comunidad de Madrid, el Plan de Salud Mental 2003-2008 no menciona a las personas con retraso mental.

–  Programas sociales comunitarios dependientes de Servicios Sociales. En casi todas las comunidades autónomas son los Servicios Sociales los que se ocupan de la atención, rehabilitación e integración socio-laboral de las personas con discapacidad intelectual, alcanzando un gran desarrollo de los servicios en los últimos años, por medio de los Centros Base, centros de día, centros ocupacionales, talleres protegidos y viviendas tuteladas. Sin embargo, dichos recursos no se encuentran preparados para atender a la población con doble diagnóstico, siendo derivados al circuito de salud mental, con la consecuencia de desatención y rechazo, como hemos dicho. Sin embargo, dada esta situación, existen algunas iniciativas y programas específicos. En la Comunidad de Madrid, el Plan de Acción para personas con Discapacidad 2005-2008 (página 207) contempla la creación de un equipo móvil ambulatorio para el diagnóstico y apoyo al tratamiento de personas con doble diagnóstico.

–  Programas residenciales dependientes de Servicios Sociales. Como se ha señalado, con la Reforma psiquiátrica, la atención residencial de personas con retraso mental pasó a depender de los Servicios Sociales autonómicos, aunque sin tener en cuenta las necesidades de salud mental, por lo que en la práctica los trastornos psiquiátricos y problemas de conducta graves que impiden la convivencia se convierten en criterios de exclusión. En los últimos años, algunas comunidades autónomas han desarrollado residencias sociosanitarias que atienden a perfiles de este tipo. En la Comunidad de Madrid, la Consejería de Familia y Asuntos Sociales ha concertado recientemente la gestión de cuatro Residencias-Centros de Día para personas gravemente afectadas con trastornos de conducta y psiquiátricos asociados, dos de ellas para personas con retraso mental límite. En ellas se plantean estancias temporales de dos años de duración. Sin embargo, el concepto de «plaza» con que se trabaja en Servicios Sociales, así como la falta de recursos específicos ambulatorios, dificulta la rotación y la continuidad asistencial, y puede tener dificultades para evitar la institucionalización de personas que podrían haber sido atendidas más eficientemente con servicios comunitarios.

Teniendo en cuenta esta situación, el informe Biomed/ALDAPT (Rodríguez 1998) señala los siguientes problemas en la atención en España de Salud Mental para personas con retraso mental:

1. Falta de instrumentos estandarizados de evaluación y diagnóstico de problemas psiquiátricos en el retraso mental y de descripción, clasificación y comparación de servicios de atención a este grupo de personas.

2. Gran variedad de modelos de atención y falta de definición de la filosofía, objetivos y los distintos módulos de atención que componen los servicios.

3. Falta de clarificación conceptual (ej.centros de día).

4. Desasistencia del grupo de personas con RM y problemas de Salud Mental: resistencia por parte de los gestores de centros a aceptar a este tipo de pacientes, listas de espera para acceder a los centros especializados, falta de asistencia y conocimiento sobre el tema por parte de los profesionales de Salud Mental (fenómeno de «puerta giratoria» y «ensombrecimiento diagnóstico»), falta de control de la medicación (alta prescripción de antipsicóticos).

5. Necesidad de formación del personal asistencial y de los profesionales de Salud Mental y Servicios Sociales.

6. Falta de datos actualizados sobre personas con RM y problemas psiquiátricos.

 

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